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Stalingrado: las vidas robadas sobre la marcha

Stalingrado

Vasili Grossman

Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020

trad. de Andréi Kozinets ; trad. de los fragmentos añadidos de Jorge Ferrer

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La primera vez, el nombre de Iósif Solomónovich Grossman (el verdadero nombre de Vasili Grossman) surgió en mi vida en octubre de 1982. Todavía recuerdo mi asombro. Fue muy extraño ver llorar a mi abuelo, un condecorado veterano de la Segunda Guerra Mundial, un juez jubilado y antiguo miembro del Tribunal Supremo de la República Socialista Soviética de Armenia. Un tipo duro, según decía mi abuela. Estaban llorando juntos: él y ella. Más tarde me enteré de que los dos lloraban por algo que había ocurrido hace muchos años con Vasili Grossman poco antes de su viaje a Ereván. Entonces yo ignoraba los detalles y no sabía si ellos se conocieron durante la guerra o ya en Armenia. Solo me han dicho que estaban recordando la visita del escritor en otoño del 1961, cuando la relativa liberalización impulsada por Jrushchov cambiaba el país entero. Iósif Solomónovich vino a su casa acompañado por Vardkes Tevikelián, el presidente del Fondo Literario Armenio, amigo de la familia. Todos juntos estaban almorzando y recordando «los tiempos que nunca deberían volver». Esta visita no me extrañó en absoluto. Conocidos músicos, artistas, escritores y poetas frecuentaban la casa de mi abuelo: durante el «Deshielo», él ayudó a muchas víctimas del estalinismo, asesorando, rehabilitando y devolviendo el honor a los injustamente represaliados. Y solo en tiempos de la Perestroika supe el motivo de las lágrimas de mis abuelos: aquel día del memorable año 1982 que inauguró las carreras de coches fúnebres del Politburó, a través de la diáspora armenia les llegó un ejemplar de Vida y destino, la continuación de Stalingrado (Por una causa justa).

La vida de Grossman y el destino de sus obras no han sido fáciles. La novela Por una causa justa no es ninguna excepción. Resultó difícil su camino hacia el lector. Durante largos años, Grossman no conseguía publicarla. Tuvo que reescribir su novela y reconstruirla varias veces al son de la cambiante política que directamente influía en el proceso literario y las restricciones de la censura soviética. Algunas afirmaciones que eran aceptables en un determinado período de tiempo, quedaban prohibidas en otro a tal velocidad que incluso a los propios censores y a los responsables de las editoriales les resultaba difícil seguir los cambios.

Tal vez por eso hay una cierta polémica en los círculos académicos literarios a raíz de una posible confusión con el nombre de esta gran novela bélica. Tras revisar diferentes borradores y comparar con los comentarios del propio escritor, parece que Inicialmente el autor consideró la idea de Stalingrado como una única obra dividida en dos partes: «Por una causa justa» y «Vida y destino». Pero también existe otro punto de vista, igualmente basado en la revisión de la documentación existente, que solo la primera versión, publicada por vez primera en 1952 en la revista literaria Novy Mir con el título «Por una causa justa», tenía que ser titulada Stalingrado. Personalmente no creo que la respuesta definitiva a esta controversia puede añadir o quitar el mérito a la obra de un inmenso escritor como es Vasili Grossman.

Pero, curiosamente, este pequeño detalle sí que tiene una positiva diferencia en las dos versiones traducidas al castellano y publicadas por Galaxia Gutenberg. En 2013 la editorial publicó Por una causa justa (ISBN 9788481099119) y en 2020 publicó Stalingrado (ISBN 9788418218484), ambas versiones traducidas por el traductor. Andréi Kozinets. Además, Stalingrado cuenta con los fragmentos añadidos traducidos por el traductor y escritor Jorge Ferrer. Precisamente esta última redacción es la mejor y confirma un gran trabajo realizado en equipo. El objetivo fue escoger de entre las tres versiones de Por una causa justa la mejor para su nueva edición en castellano. Publicadas originalmente en 1952, 1954, y 1956, todas contenían bastantes diferencias, haciendo más difícil la tarea. Con la complejidad añadida de insertar fragmentos históricos y literarios de gran valor, algunos omitidos por la censura soviética y otros por el propio autor en sus reediciones (1959 y 1964).

El resultado de este trabajo ha sido excelente. El exquisito cuidado con los textos originales y las necesarias notas explicativas en el epílogo de esta nueva edición hace más comprensible la narración de Grossman para el lector hispanohablante. Por ejemplo, la coherente aclaración sobre los tres personajes desaparecidos de Por una causa justa (la institutriz alemana afincada en Rusia Jenny Guénrijovna, el poeta Vladímir Sharogorodsky y el complejo personaje de Ivánnikov-Ikónnikov) hacen ver el complejo equilibrio que buscaba Grossman para bordear el sello de lo impublicable. Más tarde estos personajes serán otra vez incluidos en Vida y destino, con ciertas modificaciones. Teniendo en cuenta que el editor (Galaxia Gutenberg) y los traductores (Andréi Kozinets y Jorge Ferrer) operaban con varias versiones y distintas ediciones para complementar la obra inicial de la forma más amplia posible (restaurando algunos capítulos omitidos anteriormente), la decisión tomada de no incluirlos en esta versión ampliada es la más acertada. En caso contrario, la confusión sería inevitable. Los fragmentos añadidos en la nueva edición son perfectamente distinguibles por el tenue color de las letras. Una decisión muy acertada del equipo de la editorial, dando la opción a lector de meditar sobre lo leído y sacar sus propias conclusiones.

La novela Stalingrado lo tiene todo: complejas líneas y giros inesperados en la trama, el amor que suele aparecer y desaparecer sin preguntar si estamos listos para vivirlo o perderlo. Vemos la vida pacífica del pueblo soviético y el posterior perturbador cambio del escenario: la irrupción de la guerra con sus épicas escenas de la batalla de Stalingrado. Y cómo aparece la perpetua elección entre conservar el honor, la humanidad, la gratitud u olvidarse de la quimera del alma bajo horrible presión psicológica y emocional. Las decisiones y la evolución personal de los personajes principales: Víktor Pávlovich Shtrum, físico nuclear; Nikolái Grigórievich Krímov, comisario político; Iván Ivánovich Grekov, capitán de artillería; Petr Pávlovich Nóvikov, coronel tanquista, amante de la esposa de Krímov, la inolvidable María Ivánovna Sokolóva; también Lyudmila, esposa de Shtrum, y Evguenia Sháposhnikova, esposa de Krímov; el fanático estalinista Abarchuk y Zina Mélnikova, la amiga de Vera… todo es el resultado de los acontecimientos que les suceden a medida que crece la tensión que resultará en un cataclismo.

Evidentemente, no es una crónica documental del transcurso de la guerra, es solo una novela. Pero está escrita magistralmente por uno de los mejores corresponsales de guerra, tal vez el mejor reportero del lado soviético. Trabajó como enviado especial del periódico Krasnaya Zvezda. Sus artículos y crónicas destacaban por su inusual veracidad, dándole la fama en todo el país. Durante la batalla de Stalingrado, estaba en la ciudad desde el primer hasta el último día de combates. Ha estado en la primera línea de la defensa de la ciudad. Pasó mucho tiempo hablando con los protagonistas de aquellos dramáticos sucesos, encontró buena y mala gente, personas admirables y seres despreciables. Y todos ellos, sin estar divididos claramente por una línea del frente. Estas experiencias encontraron su reflejo en Por una causa justa y en Vida y destino, y se convirtieron en una verdad incómoda.

Todos los años en la URSS se publicaban muchos libros sobre el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, llamada ahí la Gran Guerra Patria. Las garras ideológicas del realismo socialista imponían obligatoriamente el marco blanco y negro a cualquier obra literaria, especialmente si esta trataba sobre un acontecimiento tan importante como fue la batalla de Stalingrado. Desafortunadamente, la mayoría fueron piezas infumables de la propaganda soviética, dedicadas a la difusión de «el heroísmo de las masas soviéticas», «la hazaña incomparable del valiente pueblo», «la estrategia de grandes comandantes del Ejército Rojo», y «el papel de liderazgo del partido comunista encabezado por el sabio Stalin». En cierto modo, en el occidente, y durante muchos años, la novela Vida y destino (Stalingrado) también ha sido tratada con reproche por los elogios al sistema político de la URSS, la idealización de la realidad estalinista y los aplausos por el sacrificio individual en nombre de los ideales bolcheviques.

No podemos negarlo: es evidente cómo sufre el inconfundible estilo literario de Grossman al incluir muchas frases que parecen haber sido sacadas de los informes de Sovinformburó, recordándonos inevitablemente la voz de Yuri Levitán. Por ejemplo, leyendo cómo se alegraba Krímov al conocer «¡Ni un paso atrás!» (la Orden 227 promulgada el 28 de julio de 1942 por Iósif Stalin tras los primeros días de caos y pánico, en el inicio de la operación Barbarroja; un Blitzkrieg de la imparable Wehrmacht). Y los horribles truismos bolcheviques: «Una idea tan sencilla como que quiero que las personas trabajadoras vivan libres, felices y prósperas en una sociedad justa y emancipada» (página 225); la idolización de la figura del tirano Stalin: «Seguro que todos recordareis los comentarios de Stalin acerca del gigante Anteo: a cada paso que este daba sobre la tierra, se hacía más fuerte» (página 68); la propaganda del aparato central del KPSS: «Además, tenemos al Partido, cuya voluntad une y organiza con paciencia y razón todas las fuerzas del pueblo» (página 69); etc. Seguir enumerando páginas no tiene mucho sentido: las frases que harán saltar a cualquier testigo de lo que era la URSS en realidad están por todo el libro. «El obrero y el campesino se han convertido en los gerentes de la vida»; «por primera vez en la historia de Rusia, los trabajadores son los dueños de las fábricas y los altos hornos»; «que sus amigos le envidien: es un comunista ruso»; «La enseñanza de Marx es invencible porque es verdadera»; «la hermandad laboral soviética», «nuestros hijos, creo, son los mejores del mundo»; «una fragua de la democracia obrera soviética». Y la escena del combate en la estación de trenes de Stalingrado, el inolvidable: «No lo dudes, todos en nuestro departamento son comunistas». En fin, solo los que hayan sido obligados en la escuela primaria soviética a leer el libro de Nikolái Ostrovski Así se templó el acero, una biografía propagandística de un tal Pável Korcháguin (publicada en español el mismo año 2020 por la editorial Verbum), podrán comprender mis sentimientos.

En cambio, el famoso traductor y conocedor de la URSS, Robert Chandler, y el contemporáneo experto en Rusia de Putin, Luke Harding, restan importancia al obligado «peaje» ideológico y prefieren centrarse en las comparaciones que establecen entre Stalingrado y Guerra y paz. Desde la visita de Krímov a Yásnaya Poliana hasta los pensamientos y sentimientos de los soldados en sus últimas horas parecen establecer los paralelismos entre estas dos obras épicas sobre las dos guerras patrias. Sus referencias a Tolstói fueron deliberadas: el propio Grossman dijo que solo podía leer en el frente Guerra y paz. Chandler y Harding presentan al escritor soviético como «Tolstói el Rojo», que combina la amplitud de miras de Tolstói con el amor por el detalle de Chéjov. No sé hasta qué punto es acertada esta comparación, a mí no me convence. Tal vez los nombres de Tolstói y Chéjov (con permiso de Dostoyevski) constituyen una manta sagrada del inconsciente occidental para cualquier referencia cultural a los asuntos relacionados con Rusia. Pero no siempre es lo óptimo. Personalmente prefiero el análisis realizado por Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn (ensayo sobre Vasili Grossman de la Colección literaria, escrito por Alexander Solzhenitsyn). Resumir aquí este ejercicio crítico no es oportuno. Solo mencionaré algunas principales claves que ayudarán entender mejor la figura de Grossman y comprender más algunos matices de su obra literaria.

En Por una causa justa, a Solzhenitsyn le espantaba la simpatía y las alabanzas que reciben la figura del «bolchevique clandestino» Mostovskói, el «insustituible y amado por el autor instructor político Krímov». Le horrorizan el artificial fanatismo de los voluntarios alistados en las fábricas; la historia que cuenta Mostovskói sobre su encuentro con Lenin; el inverosímil estilo de trabajo de los comisarios (ministros) «con una calma ejemplar, a pesar de toda la tensión de la situación»; las reuniones entre los directivos de fábrica y el subcomisario, «todos son entusiastas, no burócratas, y no hay presión sobre ellos». Y, por supuesto, la babosa admiración hacia la figura de Stalin que con tanta alegría llenaba el corazón de Krímov.

A Solzhenitsyn también le irritaba la descripción de la vida anterior a la guerra: no hay referencia alguna a las numerosas víctimas de las purgas estalinistas. El terror de la NKVD (el comisariado del pueblo para asuntos internos), el miedo omnipresente, la esclavitud existente en los koljoses (las granjas colectivas), la existencia de los gulag (campos de trabajo) y de cómo sus presos trabajaban en las grandes obras de la industrialización del país, nada de eso se menciona en Por una causa justa. Pero al mismo tiempo Aleksandr Isáyevich indica que «no hay cinismo en todas las mentiras de esta novela». Solzhenitsyn afirmaba que Grossman realmente pensaba que en la URSS se desarrolla una sociedad avanzada socialmente y creía que sería más justa con el paso de tiempo, y que las cosas feas y crueles que tan a menudo sucedían en la vida soviética eran solo pasajeras.

Aun así, Grossman se estaba dando cuenta que no es todo tan inmaculado en el «colectivismo soviético». Y puntualmente en la novela encontramos algunas referencias a estas dudas. Los lectores de Stalingrado podrán averiguar por si solos en qué momentos lo hace; revelarlo aquí sería un spoiler imperdonable. Solo podemos mencionar un lema importante que suena directa e indirectamente por todo el libro, y fue formulado explícitamente por Yeriómenko, quien interpeló a uno de los propagandistas con estas palabras: «No diga eso ―le reprobó―, a la muerte como a una fiesta… ¿Acaso hay quien quiera morir? […] Nadie quiere morir, ni usted que es periodista, ni yo que soy soldado […]. Usted cree que para ser un buen soldado basta con correr hacía la muerte como quien va a una fiesta al grito de “¡hurra!”?» (pp.497-498). Al mismo tiempo Solzhenitsyn admite que Grossman conoce el tema militar muy bien y que el transcurso de la guerra, concretamente de la batalla de Stalingrado, forma la columna vertebral del libro. Considera especialmente magnífico el capítulo que describe el primer bombardeo de la ciudad.

La lectura sobre el combate en la sangrienta costa occidental del río Volga es un interesante fragmento histórico. Allí, las tropas soviéticas y alemanas se encuentran en medio de una feroz batalla por la ciudad, que el autor califica como «más dura, más despiadada que la batalla de las Termópilas o incluso el asedio de Troya». Esta inesperada contraofensiva soviética ocupa un destacado lugar de la novela Stalingrado. Sorprende la fidelidad del relato de Grossman a los hechos ocurridos realmente. Quienes tengan acceso al libro de Alexey Isáev, Batalla de Stalingrado. La enciclopedia ilustrada más completa podrán comprobarlo. Probablemente es el estudio histórico-militar más interesante realizado recientemente en Rusia. Ofrece un profundo análisis profesional de la estrategia y las tácticas de ambos bandos. En mayor medida refuta numerosos clichés y falsificaciones propagandísticas.

Precisamente en el tema principal del libro, en la descripción de la batalla de Stalingrado, el escritor nos enseña algo realmente diferente, tenuemente innovador diría. Grossman muestra los acontecimientos previos a la hecatombe desde todos los lados. Refleja los detalles en constante movimiento. Primero se fueron los animales. Luego abandonaron la ciudad algunos habitantes. Y entonces llega la guerra. La noche envuelve las calles de la ciudad, pero la población civil continúa vilipendiándose. Todavía no se están dando cuenta de que el invisible destino les ha condenado. El pasado no volverá y muchas personas tampoco. Y los que lo hagan serán ya diferentes. La breve esencia de lo que se describe es demoledora. Relacionarse con el pasado es inútil. Sorteando a la censura, anima al lector a imaginar, a especular sobre los acontecimientos. Sutilmente muestra al lector que el amor a la patria de la gente común poco tiene que ver con la fidelidad al partido comunista. Sus héroes morirán defendiendo a sus seres queridos, a sus familias, sus ciudades, las calles y la casas donde hayan sido felices tiempo atrás. No lo harán ni por Stalin, ni tampoco por el Politburó.

El Stalingrado de Grossman contiene otros elementos de interés para la literatura soviética de la época. Por ejemplo, prácticamente por primera vez retrata a los enemigos como personas. Hecho llamativo, teniendo en cuenta la regla de la guerra de deshumanizar obligatoriamente al contrincante. Un claro ejemplo es el teniente Peter Bach, un intelectual enamorado cuya novia le espera en Alemania. Bach, nacido en la República de Weimar, sabía perfectamente que es la hiperinflación y el hambre. Y, como millones de alemanes, quería liberarse del yugo del Tratado de Versalles; por eso elogiaba a los líderes del Tercer Reich que prometieron conseguirlo. Grossman Incluso se atreve a mostrarnos a Hitler y a Mussolini en clave diferente a las caricaturas soviéticas habituales.

Tras la aparente simplicidad del realismo socialista de esta novela, no es todo tan blanco y negro como puede parecer a primera vista. Para el autor, la mentalidad de una persona es el resultado de los acontecimientos que le suceden a medida que crece. La clave está en el crecimiento, crecimiento interno, evidentemente. Y esta evolución es imparable desde Por una causa justa hasta Vida y destino. La transformación de los protagonistas de su novela es el cambio del propio Grossman. La transición desde la admiración del estado soviético hasta la comparación directa de dos regímenes antagónicos, el nazi y el bolchevique, insistiendo en las similitudes entre estos dos sistemas totalitarios.

Este movimiento, creativo y consciente, acabó en febrero de 1961, cuando el KGB confiscó el manuscrito de la segunda parte del libro, todos sus borradores y las copias, durante el inesperado registro de la casa de Grossman. Pasados unos meses, teniendo en cuenta su gran prestigio como reportero de la Gran Guerra Patria, Grossman consiguió una audiencia personal con el principal ideólogo del Politburó, el camarada Mijaíl Andréyevich Súslov. Lo hizo para poder defenderse y rescatar la obra de su vida. Y escuchó un «no» rotundo: la evolución de sus héroes atentaba contra los cimientos de la URSS. Fue el final. No había nadie más a quien recurrir, nada que hacer.

Supongo que alguien en las altas esferas del poder decidió ser como el Fausto de Goethe: «esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien». En un intento de suavizar la amargura de Grossman, los funcionarios literarios, cumpliendo las órdenes del Politburó, ordenaron a Grossman en otoño de 1961 que hiciera un viaje de dos meses a Armenia. Aunque Grossman no sabía armenio, le pidieron que «tradujera» una larga novela del escritor Martirosyán sobre la guerra. Le asignaron una traductora, le pagaron el viaje y también buenos honorarios. Y de paso autorizaron quedarse con el adelanto recibido por la obra confiscada. Un soborno en toda regla que Grossman aceptó. ¿Alguien se atrevería a culparle por ello? Él absorbió la terrible tensión de la peor guerra de la historia, sobrevivió en la batalla de Stalingrado y asumió el peso insoportable de la peor tragedia personal: el destino le arrebató a su hijo y a su madre. Y al final, le habían robado su vida sobre la marcha. Como a los muchos caídos en el campo de batalla, , considerados números, no personas. Merecía un descanso.

Alejandro Mardjanian es experto en gestión de la innovación y el conocimiento. Profesor en la UAM.

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Bombardeo alemán sobre Stalingrado, 1942. Imagen: Wikipedia
Bombardeo alemán sobre Stalingrado, 1942. Imagen: Wikipedia

Ficha técnica

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