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¿Qué le vamos a contar?

La llamada. Un retrato

Leila Guerriero

Barcelona, Anagrama, 2024,

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… cuando nos dijiste que querías hablar con nosotros le dije a Lola: «¿Qué le vamos a contar? Si conocemos muy poco de Silvia». La conocemos poco.
―La conocemos poco. Lo que ella ha querido que conozcamos de ella ―dice Lola.
Una mujer que es un misterio para dos amigos que la conocen desde hace diez años. ¿Cómo no va a serlo para mí? (p. 366)

Así se expresa casi en las últimas páginas del libro la autora, tras un exhaustivo viaje a la vida de Silvia Labayru, una joven secuestrada, violada y torturada en la ESMA durante año y medio, que sobrevivió al famoso centro de la represión de la dictadura Argentina y denunció por delito de violación, hasta entonces incluido en el de tortura, a sus secuestradores.

La investigación periodística que emprende Guerriero nos recuerda la poliédrica biografía de José Lázaro, Vidas y muertes de Luis Martín Santos, o la novela de investigación Operación Masacre, de Roberto Wash, que se anticipa unos años al Truman Capote de A sangre fría, citada como origen del género de la novela testimonio. Entrevistas, miradas, distancia y complicidad con los entrevistados y, en caso de estar todavía vivo, con el mismo biografiado, como sucede en este proyecto que, según afirma su autora, no tiene ni un ápice de ficción.

El trabajo de Guerriero confirma la tesis que sostiene la ensayista Janet Malcolm en La mujer en silencio. Silvia Plath y Ted Hugues, donde Malcolm nos muestra la imposibilidad de descubrir la verdad de una vida a partir de las interpretaciones inevitablemente sesgadas de cada informante, ya que cada uno de ellos recurre a su memoria personal, con sus fobias y sus filias, y al hablar del biografiado hablan también, inevitablemente, de ellos mismos.

Leila Guerriero mantiene una distancia óptima, neutral, con los personajes que participan en su retrato, como si se tratase de una buena analista, y no el analista cotilla que Silvia encuentra en Madrid y que, afortunadamente, abandona a causa de su indiscreción. La abstinencia, la contención de la periodista es notable, a pesar de la intimidad que se va fraguando entre ella y Labayru, a pesar de la familiaridad con que parecen tratarla algunos de quienes compartieron parte de su vida con ella; complicidad que Guerreiro no deja de mostrar, quizás para que nos hagamos cargo de la dificultad de su empresa. El relato avanza y retrocede a ritmo rápido, con una prosa limpia, una estructura orgánica y amena, no lineal, y la firme decisión de abarcar el pasado y el presente, la continuidad de esa vida partida. El tema escabroso, con el horror de fondo, la presencia constante de la sexualidad, las referencias a una dictadura que preocupaba también en la distancia a los españoles de izquierdas, añaden a la investigación un interés que favorece la lectura, que pronto se hace adictiva. El lector anhela descubrir el misterio de Silvia Labayru, ¿quién era esta joven cuya supervivencia levantó las sospechas del exilio argentino en Madrid?, ¿qué impulsos la movían? Pero al final, por más que Guerriero se convierta en una testigo privilegiada de los recuerdos de su terrible pasado, y de su presente aparentemente feliz, por más que sepamos los hechos, como diría Phillip Roth, la rubia Labayru se nos escapa. Y Guerriero lo sabe; de ahí esa especie de disculpa que deja caer en la página 366: si es una desconocida para sus amigos de diez años, «¿Cómo no va a serlo para mí?». ¿Cómo no va a serlo para el lector?, añadimos nosotros, en consecuencia.

Sabemos de su belleza, subrayada unánimemente, de su éxito con los hombres, que se la disputaban desde el Colegio Nacional donde empezó su militancia; sabemos de su educación políglota. Su elegancia y su inteligencia se destacan ampliamente, aunque respecto a la excepcionalidad de esta última no se aporte ninguna prueba. Silvia Labayru es una burguesa de familia de militares, educada por una pareja conflictiva, cuya madre, de quien heredó su atractivo, la convirtió en confidente de sus asuntos amorosos, de las infidelidades del padre, de sus abortos. Heredó también su frivolidad; «manipuladora» la llama su primer marido, Alberto Lennie, para referirse, como hace la misma Silvia al hablar de sí misma, a su manera de abandonar, de pasar de una pareja a otra sin solución de continuidad, sin contemplar el dolor que pudiera infligirle a los abandonados. Silvia no puede estar sin un hombre, dirá una de sus amigas a modo de explicación. Hedonista, curiosa, lectora, inquieta. Una mujer vulnerable y fuerte, se confiesa la protagonista, que ama y se aferra a la vida como su padre; crítica con la militancia y el proceder de los Montoneros, con la dictadura, con la dureza hacia ella de algunos de sus compatriotas en el exilio, pero cuya comprensión de los seres humanos excede lo anecdótico y apenas la oímos emitir un juicio taxativo, una opinión desfavorable sobre los demás.

Hay una verdad que sí se desprende de la lectura de esta investigación, y es la incapacidad de llegar al fondo de los otros. El retrato de Labayru acaba siendo necesariamente un perfil hecho de opiniones ajenas, de sus recuerdos, algunos reiterados; una imagen que se amplía y se distorsiona en el espejo de quienes compartieron algún momento de su vida con ella, pero resulta incapaz de penetrar en la intimidad de esa mujer tan bella que parece que su sola identidad firme hubiese sido esa belleza y sus consecuencias. Silvia Labayru escapista, Silvia ―Houdini― Labayru especialista en usar el humor para cerrar cualquier episodio dramático o cualquier recuerdo o situación triste. ¿Era así antes del horror vivido en la ESMA cuando apenas contaba veinte años?; ¿adquirió en aquel infierno ese mecanismo de supervivencia?, ¿o poseía esa habilidad adaptativa ya en la infancia, para sobrevivir también al conflicto pasional que movía la pareja de sus padres?

Cuenta la historia que Gustav Mahler quiso ver a Freud tras la muerte de su hija y el posible abandono de Alma, su mujer. El encuentro tuvo lugar durante una única sesión de cuatro horas en la que el compositor mostró una extraordinaria capacidad de introspección. Mahler recordó las frecuentes discusiones encendidas entre sus padres, que le aturdían de niño. Para no oírlas, salía apresuradamente a la calle donde, observen ustedes, un organillero tocaba una popular tonadilla austríaca que provocó en él una súbita reacción de desconcierto: «¿cómo puede sonar esta alegre melodía al mismo tiempo que en mi casa ocurre un drama tan horrible?», se preguntó; y el hábito de intercalar en sus obras un contraste polifónico que transcurre de lo dramático a lo alegre, de lo banal a lo trascendente, se instaló con firmeza en el futuro compositor. Voilá. «“Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo”. Jamás le pregunto por qué», este es el final de un párrafo que se repite a lo largo del texto como un estribillo, apuntando también a lo que se mantendrá inaccesible. No pregunto el por qué.

A mi juicio, si La llamada es un libro valioso, lo es por mostrar ampliamente esta imposibilidad ontológica de penetrar en las profundidades del otro, de intuir que, quizás, tal vez no exista esa profundidad a la que buscamos acceder, sino que estamos hechos de tiempo, de plasticidad, de escapismo y de frágiles estrategias de supervivencia.

Lean ustedes La llamada, un libro valiente donde Guerriero realiza un trabajo incómodo, sin concesiones, y repasen con valentía su conocimiento de quienes les rodean, ¿acaso sabemos, más allá de su imagen, quiénes son?

Lola López Mondéjar es psicoanalista y escritora española. Su último libro de ensayo es Invulnerables e invertebrados: Mutaciones antropológicas del sujeto contemporáneo (Anagrama, 2022).

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Sótano de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) donde se ubicaba el Centro Clandestino de Detención de Personas. Imagen: Wikimedia
Sótano de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) donde se ubicaba el Centro Clandestino de Detención de Personas. Imagen: Wikimedia

Ficha técnica

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