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Ponte en mis zapatos (de Repetto)

Pura pasión

Annie Ernaux

Barcelona, PLaneta, 2019.

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Almudena Grandes escribió «la ternura es la palabra más asquerosa que conozco», en su libro Malena es nombre de tango. Yo creo que siento ternura por la literatura de Annie Ernaux.

La escritora francesa es la escritora de la obra autobiográfica por excelencia, experta en relatar su vida, hasta tal punto que hoy yo escribo sobre ella. No pongo en duda  la indudable calidad ortográfica, gramatical y estilística de sus novelas aunque sí otras muchas cosas.

He leído una buena retahíla de libros de la autora gala para afirmar que la realidad supera a la ficción. Desde abortos que acaban en una caja de galletas, intentos de asesinato que no se reportan a la policía, hasta búsquedas esquizofrénicas en las guías telefónicas para llamar al teléfono y después colgar como si esto fuera la proxima película de la saga Scream.

Ernaux ha planteado un dilema intrigante en mi vida desde siempre, aunque mi existencia no sea especialmente, pues eso, intrigante: apenas puedo escribir unas 200 palabras sin borrar 199, y tampoco soy capaz de invitar a tomar algo a un hombre que me atrae, ni siquiera una copa, dado que soy abstemia. Me pregunto, ¿Ernaux escribió sobre todo lo que experimentaba o sobre lo que nunca llegó a vivir y siempre quiso experimentar? Antes de adentrarnos en un análisis detallado de su extensa bibliografía, tomémonos un momento para reflexionar sobre esta cuestión. ¿Seguiría siendo igual de merecedora del Premio Nobel de Literatura, otorgado en 2022, si resultara que todo lo que ha plasmado en sus escritos no fuera exactamente su propia vivencia, sino la vida de otra mujer,o de una mujer que no existió o incluso la de un hombre y no la de una mujer? Una mujer o un hombre, da igual, cuyo nombre, aunque nadie intentara olvidar, se ahogaría, emulando el destino de la fotógrafa Gerda Taro, de fama tardía en comparación con sus pares.

¿Qué pensarían ciertos círculos si descubrieran que no existió ninguna mujer que se enamorara perdidamente de un diplomático del Este, tal como relata Ernaux en Pura pasión, sino que simplemente tuvo un encuentro pasajero con un hombre de esta región, olvidando incluso su nombre debido a la resaca? Quizás resultaría menos romántico, más crudo y, paradójicamente, más humano. ¿No es eso lo que necesitamos escuchar de vez en cuando? Ella dice que escribe novelas sociobiográficas. Yo aún sigo esperando por el hombre joven que quiera mantener una relación conmigo. o por adquirir la mirada que ella tiene cuando compra en el supermercado: «Un niñito negro juega con una gran caja de cartón que se encuentra tirada en medio del pasillo. He querido hacerle una foto. Luego me he preguntado si no había algo de colonialismo pintoresco en este deseo mío».

En uno de los primeros libros que leí de Ernaux, La ocupación, la autora narra cómo otra persona ocupa su lugar, irónicamente, tras terminar una relación de seis años con un tal W., aunque en realidad nunca llega a romper del todo, convirtiéndose en su amante, o al menos eso entendí yo entre líneas. Este relato me ha llevado a reflexionar sobre mi propia experiencia con M. cuando estaba con A. Creo con firmeza que Ernaux, al igual que yo, no quería ser simplemente «la otra», sino ser «otra». Otra mujer suficientemente guapa como para que le dijeran «hoy te llevo a dar un paseo», para que le busquen su sudor, para que le cierren la cremallera de su abrigo, porque eso mismo quería yo. Esto es así, nosotras también queremos que nos quieran.

A pesar de mi identificación lacónica con su yo del pasado, si no fuera Annie Ernaux quien escribiera La ocupación, esta historia fácilmente podría pasar por el guion de una película de mediodía, en la que una novia obsesiva y celosa busca venganza contra su ex, llegando incluso a cometer un crimen; o quizás sería una comedia mediocre que intenta hacer humor con la envidia enfermiza de una mujer, pero que no lo consigue. Sería una obra que, como diría mi amigo argentino I., a nadie le importaría un carajo

Ya no hablamos de si Ernaux no fuera mujer sino hombre, ¿alguno de nosotros continuaría leyendo el libro cuando confiesa: «Quería que volviera a ser mío»?

En El acontecimiento, la autora narra el aborto que sufrió a la edad de 23 años. Sin embargo, las primeras páginas del libro revelan que la protagonista no usaba métodos anticonceptivos de barrera para prevenir un posible embarazo. Ernaux comienza diciendo: «Mi vida, pues, ocurre entre el método Ogino y el preservativo a un franco de las máquinas expendedoras. Es una buena manera de medirla, más segura incluso que otras».

Parecía que la historia empezaba mal, e iba a ir a peor y yo sin saberlo.C ontinúa la escritora más adelante: «Aunque sabía por el calendario Ogino que me encontraba en un periodo de riesgo, no creía que “aquello pudiera llegar a arraigar” en el interior de mi vientre. En todo lo relacionado con el amor y el goce no me parecía que mi cuerpo fuera intrínsecamente diferente al de los hombres. (…) Durante mi primer año de facultad, algunos chicos me habían hecho soñar sin que ellos lo supieran. Los acosaba, me sentaba cerca de ellos en el anfiteatro, sabía a qué hora iban al comedor universitario o a la biblioteca. Que igual soy yo la que acoso poco a los hombres o disfruto poco de mi sexualidad».

Estas palabras me preocupan. Y me preocupa seriamente que las generaciones futuras, especialmente las niñas, que lean este libro, de una autora catalogada como feminista, puedan empatizar tanto que lleguen a percibir su situación como un hecho inevitable, achacando toda la responsabilidad a los médicos por no permitirle abortar. Aunque es cierto que existían restricciones legales, no estoy muy segura de que se aborde adecuadamente la cuestión de la responsabilidad personal. La autora parece ser tratada como una mera víctima pasiva del destino, obviando cualquier atisbo de responsabilidad.

Percibí también una cierta romantización de la tristeza, eso a lo que los ingleses creo que le llaman sad girl aesthetic, y eso que cuando escribió el libro Ernaux tenía ya sus años. Dice en una de sus páginas: «Durante una velada en la Faluche, adonde había ido con unas chicas de la residencia universitaria, me excité con un chico rubio y dulce con quien estuve bailando todo el tiempo. Era la primera vez que me ocurría desde que sabía que estaba embarazada. No había ningún impedimento para que mi sexo se tensara y se abriera, ni siquiera el hecho de que ya hubiera en mi vientre un embrión que recibiría sin protestar un chorro de esperma desconocido. Sin embargo, en la agenda aparece escrito:  “He bailado con un chico muy romántico, pero he sido incapaz de hacer nada”. Todas las conversaciones me parecían pueriles o fútiles. La costumbre de algunas chicas de contar su vida cotidiana con todo lujo de detalles me resultaba insoportable».

El contexto en el que se desarrolla el relato me pareció insuficiente para transmitir la gravedad de ciertas situaciones. Por ejemplo, al principio del libro, la autora acude a una clínica para someterse a la prueba del VIH. Sin embargo, la forma en que esto se presenta me resultó casi trivial, revelando lo siguiente: «La doctora dijo mi número en voz alta. Antes incluso de que yo entrara en la consulta me dirigió una gran sonrisa. Lo interpreté como una buena señal. Al cerrar la puerta me dijo enseguida:  “Ha dado negativo”. Me eché a reír. Lo que dijo durante el resto de la entrevista ya no me interesó. Tenía una expresión feliz y cómplice».

Creo que Annie Ernaux se ha convertido en el adalid perfecto para el feminismo moderno. Me aterra que su literatura, con sus novelas de apenas 100 páginas, pueda ser empleada como un arma para la llamada mujer moderna. Que no quepa más interpretación que la de una mujer sufridora, pasional, oprimida por un patriarcado voraz. Una literatura que no da identidad a los hombres y a la que tampoco parece importarle mucho cómo se sienten. Que se empiece a excluir a los hombres y que solo se conciba una literatura por y para las mujeres. Asuntos que pueden parecer tan absurdos como comunes, como el orgasmo. Hablamos sobre los desafíos que enfrentan las mujeres con respecto al orgasmo, pasando por el sexo anal hasta la revolución del Satisfyer. Desde que comencé a leer sobre la importancia de buscar mi propio placer, nunca se me pasó por la cabeza preguntarle a mi pareja masculina: ¿Te sientes cómodo?, ¿tienes ganas?, ¿lo has disfrutado, has alcanzado el clímax? Lo más crucial de todo: ¿tengo tu consentimiento? Es que a mí nunca me han explicado que eso es importante. Que no solo somos nosotras, también son ellos.

Como si ellos ahora no pudieran ser buenos padres y nosotras ahora no pudiéramos disfrutar leyendo 50 sombras de Grey.

Si esto va de ponerse en los zapatos de una mujer, Annie Ernaux da la sensación de que no se ha bajado de unos tacones en su vida.

Saray Rodríguez es investigadora independiente

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Tacones lejanos en un tren de Tokio. Imagen: Victoriano Izquierdo
Tacones lejanos en un tren de Tokio. Imagen: Victoriano Izquierdo

Ficha técnica

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