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La experiencia de la pérdida: política y emociones

Una pérdida eterna. La muerte de Eva Perón y la creación de una comunidad emocional peronista

Sandra Gayol

Buenos Aires, FCE, 2023

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Después de investigar la sociabilidad de los cafés bonaerenses, el honor y el duelo en la Argentina moderna o los funerales políticos de sus principales dirigentes, Sandra Gayol ha optado en este libro por centrarse en un aspecto quizás menos trillado de la historia cultural, mucho más cercano a la historia de esas emociones que constantemente tienden a aflorar en el presente, incluso en el tiempo propio de la historiadora. El peronismo configura de por sí una parte más que significativa de la historia argentina, cuya actualidad sigue siendo tan relevante hoy, pese a su relativo y muy reciente fracaso en el escenario político, como en un pasado no tan lejano. Esta aproximación en términos de género, por así decirlo, a través de la eterna figura de Evita, sobradamente conocida gracias a diversas biografías, no había sido realizada desde la perspectiva de la movilización —más que instrumentalización en este caso— de las emociones que sustentan a los movimientos populistas y a las que recurren con innegable éxito sus líderes carismáticos.

Bien es sabido que la vida de Eva Duarte de Perón no puede reducirse a un mero itinerario político. Se presta a una multiplicidad de enfoques, interpretaciones y matices que traspasan con creces la historia política y social, si consideramos las innumerables e impresionantes ceremonias que la recuerdan, así como la naturaleza de los funerales que acompañaron su partida, debidamente descritos en el libro. Más de dos millones de personas acompañaron el traslado del cuerpo de Eva desde el Congreso de la Nación hasta la sede de la CGT el 10 de agosto de 1952, convirtiendo ese momento en un «acontecimiento monstruo» (événement monstre), de acuerdo con la expresión acuñada por Pierre Nora para referirse precisamente a la creación de un acontecer histórico, destinado a permanecer y a metamorfosearse en los universos mentales y en las memorias colectivas gracias al imaginario que encierra. Multitudes embargadas por la tristeza y el dolor, inconsolables y agradecidas al mismo tiempo, unidas en una identidad política: la experiencia de la pérdida y el discurso que legitima el sufrimiento y hasta el dolor conforman por lo tanto el meollo de este estudio claramente inspirado en la historiografía anglosajona de la historia de las emociones y, particularmente, en los valiosos análisis de Barbara Rosenwein. De ahí la referencia a las «comunidades emocionales» y a los sentimientos y afectos que suelen brotar en semejante contexto, incluso en los periodos más remotos de la historia europea estudiados precisamente por esta autora. Las comunidades emocionales así aprehendidas, entendidas como grupos que comparten determinadas normas acerca de las emociones expresadas y las valoran como tales, contribuyen no poco a la homogeneización de una conciencia política y a la forja de una emocionalidad afín, a la par que nos alejan del predominio del lenguaje como fuente exclusiva de la aproximación emocional.

Uno de los puntos clave del libro que comentamos es, en ese aspecto, el llano recordatorio de las consecuencias políticas de la muerte de «la mujer más poderosa y popular de la época». De hecho, ni el Partido Peronista Femenino ni la Fundación Eva Perón le sobrevivieron, por no hablar de la desgracia sufrida por destacados dirigentes sindicales de la CGT. En este sentido, su muerte se asemeja a un punto de inflexión, un verdadero parteaguas que no contradicen para nada las profusas biografías que le dedicaron y tampoco los innumerables estudios sobre el peronismo a través del tiempo. De acuerdo con los múltiples homenajes y discursos oficiales, ha quedado ampliamente demostrada la voluntad del «Estado peronista» de crear una «religión peronista», de ahí el hecho de que los actos de duelo colectivo tuvieran como propósito reforzar el vínculo ya estrecho entre el peronismo y la Iglesia católica. Pese a estas consideraciones, el propósito del libro sigue siendo, sin embargo, considerar la muerte de Eva Perón como un acontecimiento en sí mismo, como el punto de partida de prolongadas «resonancias políticas» —no tan inusuales cuando de desaparición política se trata en la historia de Argentina—, un tema que la autora había abordado ya en relación con los afectos, las ideas e identidades políticas.

Las circunstancias de la muerte de Eva Perón, los tres años de su enfermedad y agonía, su paulatina retirada de la vida política, así como la azarosa comunicación oficial al respecto, manipulación de la información incluida, incluso las misas y peregrinaciones promovidas desde la cúspide del poder, fueron enfocadas a través de biografías, artículos de prensa y entrevistas. Ahora bien, quizá más que cualquier otro acontecer histórico, la agonía de Eva abrió el paso a la convergencia entre comunidades políticas y comunidades emocionales. Estas ya están presentes en la historia del peronismo y su consabida «política de las emociones», a través de discursos, de la prensa y de las imágenes, sendos elementos constitutivos de una «cultura popular», así como de un lenguaje político que sigue evolucionando entre emociones, clases y géneros. En la muerte de Eva Perón están convocados el amor, el orgullo, la dignidad, el fervor, pero asimismo la alegría, la lealtad, la justicia, la abnegación o la felicidad, el (auto)sacrificio, y, finalmente, el dolor en sus distintas modulaciones expresivas y discursivas. La mayor hipótesis de la autora radica en el hecho de que, desde un punto de vista político y haciendo caso omiso de las manipulaciones señaladas, estas emociones y el léxico emocional que se deriva de ellas han encontrado en la figura de Eva un vector fundamental. Llegan a articular, en efecto, la retórica política de los cuadros y dirigentes peronistas, haciéndose eco de movilizaciones multitudinarias, política y socialmente más amplias. En este sentido, la «comunidad emocional» identificada en esa oportunidad y reforzada por la desaparición de Eva —otra hipótesis del libro— se desplegaría mucho más allá del solo «pueblo peronista», alcanzando incluso a aquellas oposiciones políticas que habían sido excluidas de la felicidad discursiva peronista o censuradas por un poder autoritario. En este caso, el acontecimiento parece, sin lugar a dudas, estar dibujando un mapa emocional, configurando la presencia de las emociones en el espacio público, dentro de los rituales asociados, así como, por ejemplo, las expresiones lingüísticas, corporales, gestuales y visuales que acompañaron la desaparición y la pérdida de Eva. Desempeñaron un papel fundamental en la movilización de esta comunidad emocional, lo mismo que su relativa desaparición o silenciamiento en las décadas posteriores, en una experiencia a la vez colectiva e individual.

Cada uno de los seis capítulos del libro se desarrolla en torno a un tema específico, desde la lectura pública de la enfermedad y la agonía, o incluso el martirio asociado al dolor del «pueblo peronista» (mujeres y hombres no siempre reunidos), hasta la misma muerte, cuya escenificación se lleva en papel o en pantalla, y, por último, hasta la contextualización de aquel universo de pasiones (a través de la descripción del funeral) y los vínculos establecidos entre oposición política y emociones (polarización y conflicto). La cuestión que subyace sin embargo en este estudio de los lenguajes basados tanto en el habla como en las expresiones faciales y corporales, las inflexiones de la voz y su intensidad dramática, sigue siendo la siguiente: en semejantes circunstancias, ¿pueden, o no, los «regímenes emocionales» (concepto mayor de la historia de las emociones, tal como lo manejó William Reddy) conferirles a los individuos y a los colectivos una verdadera libertad emocional? La pregunta —y la experiencia así recogida— atañe tanto a la comunidad emocional de la «familia peronista», con sus expresiones comunes ante la pérdida y el duelo, como a la voluntad expresa de exclusión de los adversarios, convocando esta vez sufrimiento, resentimiento, miedo, odio, cólera, terror, incluso un desprecio que se puede volcar en contra del mismo «pueblo peronista». En este sentido, y junto a la visibilidad alcanzada por estas emociones, este último aspecto pondría de relieve la relación entre las oposiciones ideológicas y emocionales al peronismo, elementos clave en la legitimación anhelada constantemente por este último a través del duelo precisamente.

Ubicarse en la encrucijada de la historia política contemporánea, de la historia del tiempo presente —habida cuenta de la permanencia de ciertos legados políticos y emocionales—, de una historia explicativa e interpretativa de las emociones y de la valoración cultural de las mismas, tomando en consideración tanto experiencias de vida como testimonios, no es tarea fácil cuando asoma la cuestión de la subjetividad del historiador ante estas formas reiteradas de contagio emocional, por más lícito que resulte ahora hacer historia de las emociones. Tampoco lo es desde el punto de vista epistemológico o heurístico, aunque numerosos historiadores se adentren hoy en el ámbito de esas conexiones inciertas, pero no por ello menos esenciales, para comprender ciertos aspectos otrora «marginales» de la historia política moderna. Contribución esencial a la epistemología de las emociones incluso en su vertiente política y a la comprensión del legado emocional del peronismo y de sus representaciones (especialmente de lo que la autora llama la «invasión emocional de la esfera pública»), de la polarización de la opinión pública y la práctica social del duelo ante la pérdida de líderes carismáticos, la obra de Sandra Gayol, que va acompañada de una bibliografía selecta y casi exhaustiva, merece por lo tanto figurar entre las obras de imprescindible lectura para los estudios de las emociones y de la historia política y cultural del tiempo presente. Más aún: el uso del concepto de «comunidad emocional» la convierte en una lectura obligada para poder comprender las sociedades actuales y el «gobierno de las emociones» —de acuerdo con la expresión de Victoria Camps— en el espacio hispano, o sea mucho más allá de las solas fronteras de Argentina y en un contexto político además de lo más cambiante.

Frédérique Langue es doctora en Historia (París 1), especializada en historia de las sensibilidades y emociones, y  en humanidades digitales. Actualmente coordina el IRN HISTEMAL (Red Internacional de Investigación InSHS) con “Historia del presente, memoria y emociones en América Latina y España” (2022-2026).

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Eva Perón en la década de los 40. Imagen: Wikimedia
Eva Perón en la década de los 40. Imagen: Wikimedia

Ficha técnica

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