Ensayos RdL

Artes y espectáculos

Modernidad, vanguardia, tradición

En el mes de diciembre de 1986 abrió sus puertas al público en París el Musée d’Orsay, dedicado, como es sabido, al arte francés del siglo XIX entre, aproximadamente, 1840 y 1900. La polémica acerca de cuál había de ser su contenido, que ya se había planteado largamente durante los años anteriores, estaba servida: no sólo se instalaba el arte de esta época en una antigua estación de ferrocarril a orillas del Sena que poco tiempo antes se pensaba en demoler, sino que la adaptación de su espacio para convertirse en museo fue encargada a la arquitecta, fallecida el pasado mes de noviembre, Gae Aulenti, la cual realizó una espectacular y muy discutida remodelación de su interior, del que, una vez terminada, apenas se recordaba su anterior destino como edificio industrial. Igualmente, y quizá todavía más, fueron –y siguen siéndolo hoy día– objeto de encendido debate la selección y el modo de exponer las colecciones, que abarca la producción artística francesa centrada en la época del Segundo Imperio.

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Del enjambre a la tribu

Desde el momento de su primera entrada en escena, el darwinismo se presentó al público como una hipótesis científica capaz de explicar el comportamiento social humano sirviéndose del mecanismo que le era propio, esto es, de la acción de la selección natural sobre un sustrato hereditario variable que asegurara la posterior continuidad de los logros adaptadores adquiridos. Es bien sabido que Darwin era plenamente consciente de la decidida oposición que esta revolucionaria idea provocaría en su entorno social y, por ello, encapuchó con toda intención las consecuencias más conflictivas de su pensamiento en un solo párrafo incluido en la antepenúltima página de El origen de las especies, donde se limitó a expresar la confianza en que su teoría «esclarecerá el origen del hombre y su historia». Sin embargo, esta extremada cautela no logró evitar que muchos de sus contemporáneos percibieran con toda claridad las, para ellos, perversas implicaciones de esa propuesta, iniciándose así un apasionado debate que, con altibajos, se ha prolongado hasta hoy.

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La Navidad cristiana y la cuestión de la veracidad histórica de los Evangelios

Al menos dos libros sobre la Navidad cristiana y su significado, aparecidos en versión española en el lapso de un año, plantean una interesante cuestión al creyente reflexivo sobre su religión, o simplemente al hombre culto que es también «creyente cultural cristiano»: ¿en qué grado podemos fiarnos hoy de los Evangelios como documentos que transmiten datos históricos? Los Evangelios en su conjunto, como piezas básicas del Nuevo Testamento, son sin duda uno de los grandes monumentos del espíritu humano. Sus desconocidos autores, aunque los nombremos convencionalmente como Mateo, Marcos, Lucas y Juan, generaron una obra cuádruple que puede calificarse como la perla de la literatura judía del siglo I de nuestra era, y una de las mejores piezas de la historia literaria del judaísmo de todos los tiempos. Su grandeza se percibe más nítidamente cuando se la contempla dentro del complejo arco del pensamiento religioso de ese siglo crucial que sentó las bases de lo que, con el tiempo, serían las tres grandes religiones «del Libro»: el cristianismo, el judaísmo y el islam.

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El orgonillero

Los centroeuropeos del fin de siècle pensaron muchísimo en el sexo. Proliferaron los clubes nudistas para tratar el deseo sexual con rayos de sol, al tiempo que graves facultativos lo envolvían en taxonomía médica para proceder a archivarlo junto con el resto del conocimiento humano. La Psychopathia Sexualis (1886), de Richard Krafft-Ebing, fue profusamente leída, a pesar de que algunas partes se imprimieron en latín para «desanimar a los lectores no especializados». Frühlings Erwachen (El despertar de la primavera), de Frank Wedekind, retrató la angustia de la pubescencia y Reigen (La ronda), de Arthur Schnitzler, el patetismo de las conquistas sexuales de una noche, mientras que Sexo y carácter (1903), de Otto Weininger, intrigó tanto a Wittgenstein como a Hitler (Freud lo odiaba) con su argumento de que el comedimiento sexual en los hombres (las mujeres eran incapaces de practicarlo) explicaba la división del trabajo cultural entre los sexos («El hombre posee un pene, pero la vagina posee a la mujer»).  En 1900, recién publicada La interpretación de los sueños, a Freud le ofrecieron una cátedra y expuso las ideas que darían lugar a la incipiente revolución sexual.

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Actualidad y pensamiento político

Para matar a Shylock: una antropología de la deuda

Si hay un pasaje célebre en la historia del pensamiento económico, es aquel de La riqueza de las naciones en que Adam Smith sostiene que no debemos esperar que sean la benevolencia del carnicero o el posadero las que nos provean de una buena cena, sino su propio interés en seguir haciéndolo en el futuro a cambio de una cierta ganancia. Están aquí presentes los elementos que componen la imagen liberal del mercado: una concurrencia de egoísmos que desembocan en el bien común, mediante el juego de la oferta y la demanda de unos bienes cuyo valor viene expresado, en cada momento, por su precio. Aunque se trata de una imagen ideal, constreñida a un escenario cotidiano, sus condiciones esenciales –la maximización de la preferencia individual en condiciones de libre competencia– pueden proyectarse a una escala superior. Y es precisamente el carácter canónico de este pasaje el que permite a David Graeber, en un momento de su voluminoso y fascinante trabajo, discutir el fundamento de la economía moderna y avanzar hacia sus propias conclusiones sobre la naturaleza del dinero, la deuda y el capitalismo. Porque, para el antropólogo norteamericano, la escena que Smith describe no era cierta en ese momento, por la sencilla razón de que el carnicero y el posadero servían a crédito a sus clientes en el contexto de una red local de solidaridades comunales.

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Rousseau y la Ilustración

Cualquier momento debería ser bueno para reflexionar sobre la huella intelectual, política y estética dejada por Jean-Jacques Rousseau, un genio filosófico y literario de inmensa influencia tanto sobre su época como sobre las siguientes. Pero este año 2012 coincide con el tercer centenario de su nacimiento y el convencionalismo del número redondo nos invita a dedicarle una atención especial.

Ocurre, además, y esto sí que es importante, que se han publicado en los últimos tiempos diversas obras que obligan a repensar nuestros juicios heredados no sólo sobre Rousseau sino sobre toda su época. De especial impacto han sido los tres sólidos volúmenes –de unas mil páginas de apretada letra cada uno– escritos por Jonathan Israel sobre la Ilustración.

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