Ensayos RdL

La división de Ramón Saizarbitoria

Ramón Saizarbitoria (San Sebastián, 1944) se convirtió en una referencia importante de la literatura vasca en los años sesenta. Su novela Egunero hastendelako (1969) (Porque amanece cada día) se insertó en el nouveau roman francés y desde su objetivismo descarnado contó la historia de una muchacha que iniciaba un viaje para abortar. Eran los tiempos en los que se defendía que era más importante la aventura de contar que el contar una aventura. Era también el tiempo en que se sobrepasaba a los existencialistas y si éstos habían dado muerte a Dios, ahora se trataba de dar muerte al superhéroe. En este camino, Saizarbitoria recorrió los estadios hasta terminar en Ene Jesús (1976) (¡Ay, Dios!)

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Salamandra alada

Desde 1972 en que se dio a conocer con el libro de relatos Voltar, cuyas narraciones disponían de un nexo común que ya anunciaba lo que habría de dar de sí el Alcalá novelista, muchas son las páginas escritas por éste. En forma de libros, a través de diarios y revistas, por medio de las ondas radiofónicas. Alcalá ha ido desvelando una vocación narrativa que recupera la vieja tradición oral que sólo esporádicamente ha dejado de alimentarse en Galicia. Supongo que no por casualidad, cuando Xavier Alcalá ha ejercido de traductor la obra escogida fue La isla del tesoro, cuyo autor R. L. Stevenson, había asentado el poder de su prosa en el don de

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Con la receta para hacer noveñoñas en dos días

Si usted quiere, amiga lectora, amigo lector, cambiar su oficio de receptor habitual de escritos ajenos y convertirse en novelista impreso con suma facilidad, a la manera que un indocto ciudadano en artesanía se transforma en un habilidoso manualista siguiendo unas sencillas instrucciones de bricolaje, sólo tiene que reparar en la receta de consejos que le proponemos a continuación. Usted puede hacerlo. Son consejos extraídos de Mi corazón que baila con espigas, la última noveñoña llegada con bombo y platillo a las librerías, cuya lectura, si es descuidada y poco crítica, puede ir en perjuicio de su sabiduría. Es conveniente, en primer lugar, un personaje-narrador que escoja asuntos personales, oportunos para la catarsis íntima, de

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Elocuente juventud

Adolescencia: lugar más o menos grato o incómodo, inercia de la infancia y sinopsis cifrada de la madurez. Para cierta narrativa actual: lugar donde necesariamente toda zozobra tiene asiento, feracísimo terreno en el que el «yo» narrador, desde la cómoda distancia de los años, planta confiado sus retoños líricos y/o elegiacos, injertando, para conferir cierta ilusión de factura novelesca, algunas anécdotas validadas por el previo marchamo de «experiencia iniciática». Tal es el esquema al que El vértigode las cuatro y media, primera novela de María Jesús Mingot, parece ahormarse rigurosamente. En efecto, leído el primer capítulo, nadie se sorprenderá ya del flirteo homófilo entre Alberto –el narrador– y el seminarista Pedro, ni de la relación

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Nuevas memorias del subsuelo

Antes de morir, en 1996, y como consecuencia de un absurdo accidente de carretera, el que siempre diseñó la muerte en sus libros como una de las más nobles, retóricas, poéticas y sagradas artes y prácticas de lo literario, Gesualdo Bufalino, publicó en su país un último libro, Tommaso y el fotógrafo ciego, ahora traducido a nuestro idioma. La novela, inmediatamente, se colocaría entre las mejores de su producción, como La perorata del apestado o Argos el ciego, que ya lo habían situado sin discusión ninguna entre uno de los mejores autores de nuestro tiempo. Pero a la vez se presentaba en cierto modo también como una especie de compendio de sus obsesiones y en

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Escrituras maestras de lo breve

Sólo hay, a mi juicio, un placer superior al de caer atrapado por una novela y es el de caer atrapado por un libro de cuentos. Si es así, no lo es, ni muchos menos, por una supuesta superioridad literaria del género narrativo breve sobre el largo, pues tanto en un caso como en otro leemos apasionadamente, luchando contra la tentación de acabarlos de una sentada o dejándonos, vencer por ella, olvidando los resabios de lector profesional y volviendo a leer como se leía en la infancia, desentendidos de ese recordatorio de nuestra propia finitud que es el paso de las páginas. Sin embargo, es inevitable que la lectura de la novela vaya unida a

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