Ensayos RdL

Simetrías y búsquedas

Con una diferencia de pocos meses, la escritora bonaerense afincada en Barcelona nos ofrece dos nuevas novelas en castellano y un libro de relatos aparecido previamente en catalán en 1993. En los relatos, se puede adivinar un cierto hálito «cortazariano» verificado en la plasmación de situaciones pintorescas o deslizamientos hacia lo fantástico, o lo insólito, desde la cotidianidad más absoluta. Creo que es aquí, en estos «viajes subterráneos», donde se puede advertir mejor hasta qué punto ha sido bien aprovechada la impronta del maestro argentino: personajes anodinos, vulgares, que, de súbito, se tropiezan con «el lado de allá» durante unas vacaciones en Egipto, simetrías inquietantes, las trampas del azar, los juegos de espejos o la

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Fronteras de la experimentación

Las formas literarias «modernistas» (en sentido amplio) están abocadas por su misma condición a elites de entusiastas. Ni son ni quizás convenga que sean nunca lectura mayoritaria y, desde luego, no conseguirán ampliar mucho su círculo de influencia en el estado actual de la literatura, dominado por modelos realistas de corte tradicional. A veces, sin embargo, exageramos su escasez; no tienen, ciertamente, presencia abundante, pero tampoco resultan exiguas. En las últimas semanas he leído hasta media docena de libros vinculados por sus planteamientos vanguardistas, dicho así para entendernos. El dato –tal vez debido a un azar que no se repetirá en tiempo– no deja de sorprender, y resulta más que llamativo si se tiene en

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El ascua y la sardina

Y en esto llegó Umbral. En el «año del 98», cuando la España oficial celebra el centenario de una generación literaria, tan aceptada por unos como puesta en entredicho por otros, y cuando cada medio y cada pluma echan su cuarto a espadas para airear los nombres, las anécdotas y los recuerdos de sus integrantes, llega Francisco Umbral para, aprovechando el tirón, aclarar que Valle-Inclán es el más moderno de todos –«porque nos trajo la modernidad junto a Rubén y Juan Ramón»–, el más inmortal y el único que constituye por sí solo todo un idioma. Todo un emotivo y particular homenaje al dramaturgo, al novelista, al columnista de prensa y al poeta. Conviene advertir

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Bergamín en un aforismo

¿Cabe un poeta en un verso? Parecería que sí, cuando nos vienen algunos a la memoria: en «No es sordo el mar (la erudición engaña)», nos resuena todo Góngora; «¿A dónde el paraíso, Sombra, tú que has estado?», parece contener toda la nostalgia de Alberti: «Serán ceniza, mas tendrá sentido», encierra entero, vida y obra, a Quevedo. Bergamín quiso, en uno de sus brillantes, ingeniosísimos ensayos que escribiera a comienzos de los años treinta, encerrar a todo Lope en un verso, el mismo que luego haría suyo Federico Nietzsche: «Yo me sucedo a mí mismo». ¿Podría encerrarse a Bergamín en uno de sus aforismos? Yo lo intentaría en uno que, recogido ahora en este libro

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