Ensayos RdL

El tigre, la golondrina y el guardia civil

Lorenzo Silva sabe crear personajes con garra, seres que inmediatamente se liberan de los tópicos a los que, en principio, parecen condenados por su incardinación social. Si en su anterior novela, La flaqueza del bolchevique, la peripecia de un joven ejecutivo se abría, sin estridencias, a una hermosa fábula sobre la culpa y la redención, en la obra que ahora nos ocupa el protagonista es un poco convencional sargento de la Guardia Civil, licenciado en Psicología y portador de un apellido (Bevilacqua) tan sonoro como poco cañí. Éste, acompañado por la joven guardia Chamorro, acude a Mallorca para esclarecer el asesinato de Eva Heydrich. La astuta indagación del sargento y su ayudante confirmarán el presentimiento

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Cartas al director

En una larga y ponderada carta publicada en el número 52 de su revista, José Luis González Quirós y Manuel González Villa se quejan de la reseña que Laureano Castro Noriega y Miguel Ángel Toro Ibáñez hicieron del libro de Michael J. Behe titulado La caja negra de Darwin (publicada en el número 49), y a la que califican de desdeñosa hacia su contenido y excesivamente optimista respecto de la capacidad del darwinismo para dar respuesta a los problemas planteados por dicho autor. Antes de proseguir, me gustaría dejar claro que comparto, en general, los puntos de vista de los reseñadores y que tanto el libro de Behe como la carta en su defensa de

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Cartas al director

En el número 49 de su revista se publicó una recensión de Laureano Castro Nogueira y Miguel Ángel Toro Ibáñez titulada La idea peligrosa de Darwin, en la que los autores se ocupaban, con desigual fortuna, de tres libros diferentes (La idea peligrosa de Darwin, de Daniel C. Dennet, La caja negra de Darwin, de Michael J. Behe, y de El darwinismo. El final de un mito, de Rémy Chauvin). La referencia que hacen a la obra de Behe peca, a nuestro parecer, de un cierto desdén ante la seriedad de los problemas expuestos por Behe o, visto de otra forma, de optimismo en la capacidad del darwinismo para salvarlos. Castro y Toro afirman que

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De la práctica a la teoría

¿Se puede ser escritor y crítico, autor de una obra literaria valiosa y también de una reflexión convincente sobre el género que se practica? La negativa sería ingenua: correspondería a una visión romántica del escritor como genio irracional, puramente intuitivo; visión no sólo trasnochada sino desmentida por los excelentes ensayos que debemos a un Salinas o un Kundera, pasando por Duras, Gil de Biedma, Woolf o Cortázar. Como sabrá el lector, Andrés Trapiello viene publicando desde 1990 sucesivos volúmenes de su diario; es en nuestra opinión el mejor diarista español contemporáneo. Entonces, ¿por qué su ensayo sobre El escritor de diarios es tan decepcionante? La respuesta parece obvia: por su falta de rigor. Trapiello –al

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Santificado sea tu nombre

Como ya se ha señalado abundantemente, una de las relativas sorpresas que nos ha deparado el final del siglo XX es el vigoroso resurgir de la conciencia religiosa. Sabemos mucho y estamos convencidos de demasiado poco, decía Thomas Stearns Eliot (1888-1965) hace exactamente ochenta años, cuando –a pesar de la carnicería de la Gran Guerra– todavía se mantenía con no demasiadas fisuras la fe en un progreso indefinido, y se consideraba la religión como una reluctante huella de la infancia del género humano. El siglo del positivismo todavía estaba a la vuelta de la esquina. Y, sin embargo, ya en 1912 Émile Durkheim había subrayado en Las formas elementales de la vida religiosa, un libro

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