Ensayos RdL
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El Concilio de Trento
El Concilio de Trento (1545-1563), con sus declaraciones dogmáticas y de reforma disciplinar, está atravesado por dos leyendas contrapuestas: una dorada de exaltación y reafirmación católica frente al «enemigo» protestante, y otra oscura o negra por haber causado la pobreza moral, cultural y económica de los países católicos. Esta dialéctica la inició Paolo Sarpi (1552-1623) con su historia del Concilio, en la que postula que no se hizo ninguna reforma en la jerarquía. A su paso salió el jesuita Pietro Sforza Pallavicino, quien, por encargo del papa, presentó pruebas contrarias con otra historia del Concilio. Sin ánimo de entrar en el debate historiográfico, cabe preguntarse si es verdad que la identidad espiritual e intelectual católica hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965) se formuló esencialmente en el Concilio de Trento.
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¡Oh, qué guerra tan encantadora!
«¡Qué vacío, qué nauseabundo, qué sin sentido parece todo de repente en cuanto la guerra ha terminado!», exclamó Edmund Wilson –que se había mostrado contrario a la participación estadounidense en la Segunda Guerra Mundial– después de un viaje a Inglaterra en 1945. Si Londres presentaba un aspecto deprimente, lo que podía verse en Berlín, Colonia, Varsovia, Estalingrado, Tokio, Hiroshima y centenares de otros lugares, tanto en Europa como en Asia, desafiaba toda descripción. Tan solo en Alemania, donde los aviones británicos atacaban de noche y los aviones estadounidenses de día, los aliados lanzaron casi dos millones de toneladas de bombas, que dejaron grandes y pequeñas ciudades reducidas a ruinas llameantes que apestaban a muerte.
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Prometeo desencadenado
Cuentan que hubo un tiempo en que los servidores de la ciencia vivían en un mundo feliz donde se consagraban al desempeño de su afán por mor del progreso de la humanidad, sin aspirar a otras recompensas que un modesto pasar y el reconocimiento público de sus logros, mientras dejaban para los técnicos al servicio del capital el desarrollo de las aplicaciones prácticas de sus invenciones. Con los años, la tentación corrompió ese paraíso, los científicos –modernos Prometeos– se convirtieron en empresarios poseídos por un desenfrenado afán de lucro que, cegados por su codicia, se entregaron a manejos perversos que prometían lo inalcanzable a una sociedad ansiosa por resucitar el mito de Fausto.
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¿Es la historia lo menos nacional que tenemos?
«Para explicar su propósito de manera sencilla y directa, este volumen podría titularse Historia de la historia de España»: son las palabras con que arranca el que figurará como último de una serie de doce volúmenes que componen la Historia de España dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares para la empresa conjunta de las editoriales Marcial Pons y Crítica. Debería este libro, si ese es su propósito, haber comenzado por advertir al lector de la rareza de su presencia en una Historia de España, pues la norma es más bien la contraria, es decir, entender que la historia de la historia no forma parte por sí misma de la Historia.
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Auto de fe
El esforzado lector que emprenda la lectura de este voluminoso libro –718 páginas de texto más veinticuatro de Índice– puede hacerlo con muy diversos enfoques. Personalmente, me atrevería a sugerirle el por mí utilizado y que encabeza esta reseña: a saber, considerarlo como un auto de fe en el cual el autor se reviste de inquisidor, denunciando primero los errores cometidos contra los sagrados principios de dinero sano, equilibrio de las cuentas públicas y libre mercado para, después, señalar a los culpables y aportar de forma detallada los pecados cometidos a lo largo de algo más de ochenta años, proponiendo en su sentencia una «abjuración de vehementi» mediante la cual los encausados deberían comprometerse a alejarse de todo tipo de herejía económica.
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La investigación moderna sobre Pablo de Tarso.
rnNuevas perspectivas
La adecuada comprensión de las cartas de Pablo de Tarso es absolutamente fundamental para el cristiano, pues prácticamente toda su religión se basa, desde el siglo IV sobre todo, en las líneas marcadas por el Apóstol al repensar y reconfigurar la figura del Jesús de la historia, amalgamándola con la del Cristo celestial. Puede defenderse sin temor a equivocarse que las aportaciones de los evangelistas, tan trascendentales para el cristianismo, se basan también en el desarrollo de la ruta marcada por el maestro Pablo. La exégesis tradicional del Apóstol durante centurias ha sido cuestionada a partir de mediados del siglo XVIII, pero de una manera más radical aún desde 1970.