Ensayos RdL

Cartas a una sombra

Orfeo descendió a los infiernos en busca de su amada Eurídice, la rescató de entre los muertos y, al regresar, quiso contemplarla, y por culpa de esa mirada volvió a perderla de nuevo. Pigmalión esculpió una estatua de muchacha tan perfecta que se enamoró de ella y, gracias a ese amor, la estatua cobró vida ante sus ojos. Prometeo robó el fuego de los dioses, se lo entregó a la humanidad, puso en sus manos el secreto de la existencia, y por culpa de su osadía fue condenado a sufrir un castigo eterno. Determinados descubrimientos científicos actuales, como la clonación, parecen una confirmación de estos mitos. Si la poesía es una ciencia, la ciencia no

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El gazpacho de la «Quinta de Carabanchel»

En el extenso epistolario de Prosper Mérimée, sólo en parte publicado, hay una carta aún inédita, dirigida a la emperatriz Eugenia. Por razones azarosas una fotocopia ha llegado a mis manos. En ella, el autor de Carmen –uno de los mitos más sugerentes de la literatura europea, correlato femenino del mito masculino de Don Juan, otro sevillano, por más señas– escribe desde su casa de París durante un caluroso día de verano. En la breve misiva el escritor se queja del sofocante aire de la capital, de que los adoquines del pavimento parecen plomo derretido, así como de la enervante calina que enturbia el cielo. Mérimée imagina que su augusta corresponsal, por entonces en Biarritz, disfruta

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