Ensayos RdL

Dios es carlista; Jesucristo, a veces, republicano

La primera parte del título procede del periódico carlista El Apagador. En plena guerra civil, a comienzos de la década de 1870, se afirmaba en él con toda rotundidad que «Dios es el primer carlista» y que la afiliación divina era la causa principal de la continuidad del movimiento. Una explicación que más de cien años después, a finales del siglo XX , apareció de nuevo en un texto oficial del partido, con motivo de la fiesta de los Mártires de la Tradición: sólo a la divina providencia se debía «el misterio, histórica y humanamente incomprensible, de la pervivencia, durante más de siglo y medio, del siempre derrotado, pero jamás vencido, carlismo». Por su parte, el republicano

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El arte de hacer cosas con palabras

El protagonista de la última novela del semiólogo italiano Umberto Eco, flamante premio Príncipe de Asturias, es un mentiroso compulsivo, un fabulador feliz y extrañado de su propio don pues descubre, ya de muy niño, que todo aquello que él tan verosímilmente fantasea acaba en la práctica y con el tiempo por hacerse realidad. Baudolino, como las tres novelas anteriores del autor, es muchas cosas: intriga, erudición, historia, filosofía nominalista de divulgación, escepticismo a raudales, ironía y buen humor, pero es más que nunca una reflexión sobre la capacidad del ser humano, merced al don (¿y al castigo?) de la palabra, de inventar realidades que trascienden el orden de la Naturaleza (del discurso demostrativo, diríamos

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De la España negra a la España yerta

Existe –como es sabido– una secular vertiente en el arte, en las letras, en la cultura hispana en definitiva, que privilegia el trazo grueso y negro, el chafarrinón, lo chocarrero, lo trágico, el claroscuro violento y brutal. Una cosmovisión que se reconoce heredera de Quevedo, que se solaza con el Goya más alucinado y que después, ya en el siglo XX, encuentra una amplia panoplia de cultivadores, de Valle-Inclán a Luis Buñuel, de Gutiérrez-Solana a Camilo José Cela, por citar sólo nombres señeros (aunque precisamente esta excelencia les lleva a casi todos ellos a trascender esos parámetros). Una tradición cuya pretendida singularidad en el contexto europeo o cuyo peso específico en la trayectoria nacional no

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Cartas poéticas y geográficas

En el verano de 1936, que fue el de la guerra de España, dos jóvenes poetas ingleses, W. H. Auden y Louis MacNeice (ambos nacidos en 1907), hicieron equipaje con los objetos que especifican al comienzo del libro (como Joseph Townsend nos explicó en el suyo qué había que llevar a España, a finales del siglo XVIII ), y pusieron proa al norte, hasta Islandia. Viajaban con espíritu «deportivo» (es decir, sin demasiadas formalidades ni pretensiones), dispuestos a mirar, escuchar, palpar y caminar. Lo que permaneciera de aquel viaje sería bienvenido, porque se sumaría a su experiencia. Lo que permanece quedó fijado, probablemente ya para siempre, en estas Cartas de Islandia que, publicadas en 1937,

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