Ensayos RdL

Sobre la Prosa musical de Gerardo Diego

Nació en un momento de la historia del arte en que apostar a todos los palos era una tentación irresistible. Gerardo Diego, el poeta que fue también un discreto pianista y un excelente crítico musical, lo recordaba mucho después, en el artículo «Primer nocturno» (1972), al hablar de sus juveniles paráfrasis poéticas de los Nocturnos de Chopin: en 1916, e incluso en una ciudad de provincias como Santander, cabía vivir en régimen de goces paralelos entre «romanticismo y realismo, leyenda y realidad. Entusiasmo con Chopin y también con Bach. Con Mozart y con Debussy y Ravel. Con Garcilaso y también con Huidobro. Sí, juventud fue la mía». Esa juventud omnívora fue un tesoro compartido porque un Diego treintañero y ya casi consagrado encontraba en las Canciones (1927) de Lorca otra alma gemela y también de apetencias plurales. Leyendo «La canción del mariquita» se había preguntado: «¿Esto es poesía, es pintura, es música?» Lo era todo y concluyó, sintiéndose un poco preceptor del escritor más joven, que «hay que exigirle mucho a Federico García Lorca porque posee mucho. En fertilidad, en transparencia, en dotes naturales, es el más privilegiado de nuestros jóvenes poetas. Y si la terrible facilidad –mala novia– no lo malogra, puede producir una obra de incomparable belleza».

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Diario de una vuelta a Cervantes

Imagino un libro sobre Cervantes y Don Quijote; una secuencia que sea un ensayo a la vez riguroso y fragmentario, con elementos de collage, porque las palabras mismas de Cervantes han de estar en él, de indagación imaginativa muy controlada por el respeto a lo que está escrito y a lo que no se sabe. El eje serían las lecturas que he ido haciendo a lo largo de los años, especialmente la primera, en Úbeda, cuando encontré un Don Quijote de Calleja junto a otros dos libros también editados hacia finales del XIX, aquel Orlando furioso con tapas como de ataúd y grabados que me provocaban pesadillas, y la Historia de un hombre contada por su esqueleto, de Manuel Fernández y González. En el Quijote salen muchos libros olvidados o rescatados, manuscritos sin firma, libros que alguien encuentra por azar. Está bien que yo descubriera así la novela, a los diez o los once años, en aquella casa grande en la que casi no había otros libros, pero sí corrales y camaranchones y abrevaderos para animales como en Don Quijote

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Aquel martes

El 4 de septiembre de 1973 se celebró en Santiago de Chile el tercer aniversario de la presidencia de Salvador Allende. Era difícil avanzar entre la multitud que desde los cuatro puntos cardinales se dirigía a la plaza de la Constitución. Allí, junto a la fachada norte de La Moneda, se había levantado un estrado sobre el cual, en filas escalonadas, se sentaban los dirigentes de los partidos de la Unidad Popular. Si la memoria no me engaña, el secretario general del Partido Comunista, Luis Corvalán, y Carlos Altamirano, el del Partido Socialista, se defendían del fresco mediante unos ligeros ponchos que llevaban puestos sobre sus hombros. En el centro de la primera fila estaba Salvador Allende. Cuando pasamos frente a la tribuna pude comprobar que iba vestido, como a él le gustaba presumir, de «pura lana inglesa» y percibí, tras sus lentes de miope, el brillo de la emoción. Los cantos y las consignas atronaban el aire. 

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Intelectuales descarriados

Desde que los intelectuales hicieron su aparición en el mundo moderno han abundado las críticas a su protagonismo en la vida pública desempeñando funciones y asumiendo una representación que, según sus detractores, nadie les había otorgado. La mayor parte de esas críticas procede de autores conservadores que han denunciado la propensión de los intelectuales a militar en la izquierda, cuando no en la extrema izquierda, y a ejercer su función crítica a partir de un doble rasero que a menudo comportaba una doble moral, bien patente en su disposición a justificar las atrocidades de los suyos. Ejemplo de esta literatura de denuncia sería el libro de Raymond Aron El opio de los intelectuales (1955), sobre su adicción al marxismo durante la Guerra Fría, y, más recientemente, Intellectuals (1988), del escritor británico Paul Johnson. Pero tampoco han faltado quienes, desde la izquierda, hayan criticado algunos rasgos característicos del gremio, como su falta de sentido de la realidad y su oportunismo.

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Balanzas fiscales: ¿Quién gana, quién pierde?

Hace justo un año salía a la luz pública el libro titulado Las cuentas y los cuentos de la independencia, documento elaborado por Josep Borrell y Joan Llorach con la finalidad, como los propios autores indican en su introducción, de «analizar críticamente los argumentos políticos y económicos a favor de la independencia de Catalunya» (p. 7). El libro, aparecido algunas semanas antes de las elecciones catalanas del 20 de noviembre, pretendía, tal vez con algún retraso, cuestionar algunos de los argumentos más empleados por la estrategia soberanista para estimular a la ciudadanía catalana a favor de la propuesta de independencia.

Los temas principales tratados en el libro que ahora se comenta se refieren a las balanzas fiscales, los costes asociados a la eventual creación de un Estado independiente, los problemas de la financiación autonómica y los supuestos excesos de los instrumentos de nivelación, la cuestión de los déficit de inversiones en Cataluña y las perspectivas de una Cataluña independiente en Europa.

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Yugoslavia: el incendio de las naciones

José Ángel Ruiz Jiménez abre su ensayo con una anécdota doblemente pertinente. Enterada la politóloga Susan George de su empeño en redactar este libro, la mirada de asombro se tradujo en esta frase: «Nunca he entendido lo que pasó allí». Esto es interesante por varias razones. En primer lugar, la percepción de que los episodios del espacio yugoslavo eran ininteligibles fue compartida por quienes tenían capacidad para condicionar el curso de los acontecimientos. En segundo lugar, la propia noción de incomprensibilidad, que no es atributo de la cosa, sino, más bien, una construcción, opera como un performativo: basta que interpretemos una realidad como incomprensible para que termine siéndolo en la práctica.

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