Ensayos RdL

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El escurridizo gen

En el corto intervalo comprendido entre 1865 y 1868 se propusieron tres teorías de herencia biológica que, por sus posteriores consecuencias, merece la pena examinar con algún detalle. En especial, porque en dos de ellas se expusieron por vez primera razonamientos científicos fundados en regularidades estadísticas en lugar de consideraciones especulativas sobre la naturaleza física de las causas operantes.

La más antigua, bautizada como «ley ancestral de la herencia» por su autor, Francis Galton, postulaba equivocadamente que las contribuciones promedio de padres, abuelos, bisabuelos, etc. a la constitución hereditaria de un individuo son, respectivamente, 1/2, 1/4, 1/8, etc., de manera que la suma de todas ellas es igual a la unidad. Aunque Siddhartha Mukherjee equipara esta regla a una «especie de homúnculo matemático […] al que un disfraz de fracciones y denominadores dan la apariencia de ley moderna» (p. 69), las cosas no son tan sencillas. 

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Los embaucadores y sus fieles 

A finales del siglo XVIII, un médico alemán llamado Samuel Hahnemann decidió que podía encontrarse una sustancia que indujera los síntomas de una enfermedad en un individuo sano para, después, usar esa sustancia para curar la enfermedad. Una especie de vacuna avant la lettre. El principio que enunció Hahneman fue el siguiente: «Lo afín cura lo afín». También decidió (por sí y ante sí) que diluyendo en agua la «sustancia» se potenciaba su capacidad curativa o, en términos del autor, «se incrementan sus poderes medicinales espirituales».

Hahnemann siempre se declaró un completo ignorante de los procesos fisiológicos del cuerpo humano, que para él era una caja negra en la que entraban medicinas y de la cual salían efectos. En realidad, su «pensamiento» estaba en el polo opuesto de la retórica de los «terapeutas alternativos» actuales, los cuales sostienen que «la medicina convencional sólo trata los síntomas y nosotros tratamos las causas subyacentes». Claro que, en los tiempos de Hahnemann, la medicina convencional consistía en sangrías, purgas y otras malas prácticas ineficaces y peligrosas, y cualquiera de aquellas arbitrarias figuras de autoridad que se autodenominaban «doctores» era capaz de inventarse un nuevo tratamiento como por arte de magia.

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El concepto de fascismo

Medio siglo largo después del final de la era fascista en 1945, el fascismo sigue estando presente como término, si bien no como un concepto coherente. Jamás en la historia un fenómeno político completamente erradicado ha permanecido tan vivo en la imaginación de sus potenciales adversarios. Durante más de setenta años, periodistas y comentaristas políticos han buscado asiduamente un resurgimiento de alguna forma de neofascismo, y posteriormente los historiadores profesionales empezaron a unírseles en esta empresa perpetuamente decepcionante. La agitación más reciente en este sentido se produjo durante la campaña presidencial estadounidense de 2016, cuando los periodistas acosaron a los especialistas académicos, incluido este reseñista, con una pregunta que no dejaba de repetirse: «¿Es Donald Trump un fascista?» Los resultados de esta búsqueda constante de un nuevo fascismo han sido sistemáticamente negativos. Cuando se identifica un nuevo fenómeno político de una cierta importancia, resulta no ser genuinamente fascista. Si la novedosa entidad guarda algún tipo de genuino parecido con el fascismo histórico, resulta ser ?en parte por ese motivo? nimio e insignificante.

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El cambiante rostro del feminismo en el mundo musulmán

El feminismo no es una ideología que se asocie con el mundo musulmán, e incluso parece incompatible con el islam. Este pone a la mujer bajo la tutela de su pariente masculino más cercano: padre, hermano, esposo o hijo. Cuando se casa, su marido está autorizado a golpearla en caso de desobediencia, repudiarla en cualquier momento, o casarse con hasta tres mujeres más. Cuando hereda, recibe la mitad que sus hermanos. Cuando testifica ante un juez, su palabra vale la mitad de la de un hombre. Fuera del entorno doméstico inmediato debe cubrirse, para proteger su reputación. La lista de agravios es larga. Y, a priori, el origen divino de esos mandatos hace muy difícil cuestionarlos. Sin embargo, los países musulmanes no han sido ajenos al liberalismo que Europa exportó junto con su dominación militar, política y económica, y en las últimas décadas del siglo XIX empezaron a alzarse voces contra la opresión de la mujer que exigían su derecho a recibir una educación y a participar en la vida pública.

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País Vasco: por qué respirar sigue resultando difícil

«Cuando se consiente vivir demasiado tiempo en el delirio el despertar es una pesadilla»: con estas palabras abría Antonio Muñoz Molina un artículo el 12 de marzo de 2004, cuando, como tantos españoles, incluso muchos de aquellos que más tarde han querido olvidarlo, estaba convencido de que la masacre de los trenes de Atocha era obra de ETA. Muñoz Molina estaba equivocado. Pero, para lo que importa, da lo mismo. En las mil y pocas palabras que seguían nos proporcionaba un impecable análisis de las tramas de complicidades, silencios y comprensiones que han servido de fermento a la violencia etarra. Se confirmaba, una vez más, que también para entender la barbarie se necesita cierta inteligencia práctica, la vieja phronesis, que no está al alcance de cualquiera ni, desde luego, se adquiere en las facultades de ciencia política. Relean el artículo. 

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Actualidad y pensamiento político

Para repensar la sociedad de consumo

«Tenemos demasiadas cosas hoy en día», opina el afamado diseñador de muebles británico Tom Dixon. A su modo de ver, de hecho, los occidentales habríamos alcanzado un peak stuff: un pico acumulativo que en adelante solo puede disminuir. Dado que un alemán contemporáneo posee una media de diez mil cosas, parece que sólo podemos darle la razón. ¡Y mejor no averiguar cuántas se acumulan en los barrocos hogares españoles! Pero Dixon no expresa sino un lugar común en las sociedades avanzadas, a pesar del protagonismo adquirido por el consumo en los últimos siglos, o precisamente a causa de ello: la adquisición, uso y circulación de bienes de todo tipo se ha convertido en un rasgo definitorio de las identidades personales, la política, la economía o el medio ambiente. A este asunto monumental ha dedicado el historiador Frank Trentmann un libro también monumental que le ha llevado siete años de trabajo.

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