Ensayos RdL

La demografía y el arte de asustar

En los años setenta del siglo XX imperaba por todas partes el maltusianismo y las instituciones internacionales hacían unas «previsiones demográficas» catastrofistas, llegándose a escribir entonces que el crecimiento de la población acabaría con la humanidad. En 1968, un profesor de Biología de la Universidad de Stanford llamado Paul Ehrlich publicó un libro en el que podía leerse:

En los próximos años, cientos de millones de seres humanos morirán de hambre a causa de la sobrepoblación […] nadie podrá impedir un enorme crecimiento de la mortalidad.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que las previsiones de la ONU, del Instituto Tecnológico de Massachusetts o las del citado Ehrlich cayeran en el más absoluto ridículo, pues aquella crisis demográfica «terminal» nunca existió y hoy nos encontramos con una crisis de distribución de alimentos, pero no de producción. De hecho, se produce más de lo que se consume, e incluso podemos hablar de una epidemia de sobrealimentación, por un lado, y de despilfarro alimentario, por el otro. 

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Echegaray y la cuadratura del círculo

En 1887, José Echegaray (1832-1916), retirado de la política, escribió unas Disertaciones sobre la cuadratura del círculo. Como metáfora, vale para el mismo Echegaray, dramaturgo, matemático y político que profesaba las ciencias exactas a la vez que escribía dramas románticos. Todo lo que ocurrió en torno a él en los primeros años del siglo XX fue también bastante cuadratura del círculo: en 1904 se convirtió en el primer premio Nobel español, a la vez celebrado por las instituciones y denostado por los modernos por su lírica trasnochada, en la que ellos no se reconocían: se trata del manifiesto de los del 98 en el que tuvo un papel relevante Azorín. Pero hay más ejemplos de esa rara conjunción de aptitudes y de circunstancias (como dijo Pablo de Alzola, el historiador de las obras públicas) que concurrían en Echegaray: un ingeniero de caminos no constructor que, como responsable de las obras públicas, había adjudicado cientos de kilómetros de vía férrea y de carreteras; un prestigioso profesor de matemáticas en la reputada Escuela de Ingenieros de Caminos que, pese a ello, añoraba la posibilidad de abrir una academia privada de preparación para ingresar en las escuelas superiores, porque se ganaba más.

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Cervantes, los moriscos y la esencia de España

En el prólogo biográfico a sus Novelas ejemplares (1613), Cervantes recordaba a sus lectores que «fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades». Los cinco años que Cervantes pasó cautivo en Argel (entre 1575 y 1580) fueron una experiencia a la que se refirió también en varias obras de teatro, como Los baños de Argel y Los tratos de Argel. Estas obras, y especialmente la última, como nos ha recordado Jordi Gracia, son «literatura comprometida en el sentido pleno de la palabra, […] es alegato ideológico y es autocrítica de cautivo superviviente […] una obra empapada del olor, el dolor, la vida cotidiana y la piedad por quienes sobreviven en condiciones inhumanas y aspiran a la vez a no degradar su condición, ni humana ni cristiana» . Las experiencias de Cervantes con lo «moro» fueron también colectivas, como parte de una sociedad con una fuerte presencia de una minoría musulmana, identificados desde comienzos del siglo XVI como moriscos, una situación sin paralelos en otros países europeos de la época. Cervantes se refirió a esta presencia morisca en muchas de sus obras.

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David Bowie y el arte moderno

Aun para el hiperinflado mercado del arte contemporáneo, más acostumbrado a romper récords que los Juegos Olímpicos, las cifras asociadas con la subasta de obras de arte propiedad de David Bowie (1947-2016) en Sotheby’s en noviembre del año pasado resultan asombrosas. Más de cincuenta mil personas (una cifra superior al número de entradas que se vendieron para el concierto que supuso su debut en España en 1987) asistieron a la exposición previa a la venta celebrada en Bond Street, un hito no sólo para Sotheby’s, sino para cualquier casa de subastas londinense. La colección había sido valorada en una horquilla entre once y catorce millones de libras, pero el total de las ventas ascendió a 32,9 millones. Se marcaron precios récord para la adquisición de obras de más de la mitad de los artistas representados. Cuanto más directo era el vínculo con su anterior propietario, mayor fue el boom: un radio-fonógrafo clásico de los diseñadores italianos Pier Giacomo y Achille Castiglioni se vendió por 257.000 libras (su valor se había estimado entre ochocientas y mil doscientas) mientras que el mayor postor pagó 3.789.000 libras por Head of Gerda Boehm, de Frank Auerbach (Sotheby’s había pronosticado un precio de venta de entre trescientas mil y quinientas mil), que había colgado en una de las casas de Bowie. 

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El homínido que aprendió a cocinar

Los mitos tardan en morir. Nos habían dicho que los humanos tenemos un cerebro desproporcionadamente grande para el peso de nuestro cuerpo y eso nos hacía especiales. También nos dijeron que tenemos cien mil millones de neuronas, células especializadas en la transmisión rápida de señales, y diez veces más de otras células que cumplen funciones de apoyo bajo el nombre genérico de células de glía. Nos explicaron, incluso, que la evolución del cerebro siguió un curso ascendente de complejidad por el procedimiento de sumar nuevas estructuras sobre las más ancestrales hasta alcanzar la cúspide: Homo sapiens, nosotros. La única especie que, llegados al día de hoy, algunos creen que ha dejado de evolucionar. Estas afirmaciones aparecen no en textos populares poco rigurosos, sino en libros con los que se ha enseñado a generaciones de universitarios en todo el mundo. Se trata del «estado de opinión». Sobre estas verdades oficiales del momento han crecido leyendas populares tan extravagantes como las que señalan un «cerebro reptiliano» en las zonas más profundas de nuestro cerebro o, plenamente en el terreno de lo ridículo, que, puesto que tenemos diez veces más glía que neuronas y son estas últimas las que ejecutan la actividad cerebral, cabría afirmar que «sólo utilizamos la décima parte de nuestro cerebro para pensar».

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Lectores contra el monstruo: el periplo de Finnegans Wake

Si Ulises había sido un libro sobre el día, éste sería un libro sobre la noche. Muy pronto, en aquellos primeros días de 1923, comenzó a llamar a su nuevo proyecto «el monstruo». En su vida por aquel entonces, mientras la criatura iniciaba su lenta formación, caía una especie de anochecer. Su matrimonio hacía agua; su hija Lucia mostraba los primeros síntomas de la enfermedad mental que terminaría por engullirla; Ulises había sido, para su gran satisfacción, un escándalo y objeto de un culto instantáneo, pero las ventas no daban beneficios, y el esfuerzo de terminarlo, unido a su rampante alcoholismo, había causado daños irreversibles a sus ojos, enfermos desde su juventud.

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