Ensayos RdL

Ajustando cuentas con la pérfida Albión

Los tiempos que corren no son especialmente buenos para el estudio de la Historia de España. O mejor, diríamos, para el conocimiento de la Historia de España. Si alguna vez lo fueron, en la actualidad la fragmentación educativa producto del modelo autonómico lo ha hecho más difícil. Me temo que nuestros niños estudian hoy Historia de Murcia, Aragón, Valencia o Cataluña más que Historia de España, y no acierto a ver el día en que tal situación vaya a corregirse.

El resultado es una ignorancia preocupante. Hace algunos años, en casa de unos amigos en Mallorca, y conversando sobre una próxima excursión a la isla de Cabrera, se me ocurrió comentar que en ella estuvieron internados los prisioneros franceses de la batalla de Bailén. Ante la cara de desconcierto de los hijos de mis anfitriones –jovencitos pijos a los que se les supondría una esmerada educación–, no se me ocurrió cosa mejor que preguntarles con sorna si acaso no sabían qué batalla fue esa. Y, en efecto, no lo sabían. Nunca habían oído hablar de ella. Mi estupor fue tal que no atiné a seguir con el tema. 

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Felipe II: retrato en negros y grises

Hubo una época en la que artistas como Francis Bacon y otros decidieron emplear su talento en lo que se conoce como retrato fantástico o imaginario. Pinterest ofrece una nutrida galería de semejantes especímenes bajo la no menos extravagante etiqueta de «Fantastic and Otherwordly Portraits». Nos resulta familiar el Inocencio X de Bacon tanto como las variaciones de Picasso sobre Las meninas. Una de éstas (María Agustina Sarmiento), guarda cierta similitud con el Felipe II de Antonio Saura que luce en la cubierta de El demonio del Sur. Nunca antes había prestado especial atención a otra cosa que no fuera el texto. Pero la mera contemplación de este Felipe de Saura, y su inequívoca filiación con los retratos debidos a Alonso Sánchez Coello, Juan Pantoja de la Cruz o Sofonisba Anguissola, me ha llevado a pensar que acaso el diseño de la cubierta –en la que los colores dominantes no son otros que el gris y el negro– no haya sido fruto de la mera casualidad. Pues fantástico o imaginario (mejor, tal vez, imaginado) resulta ser en buena medida el asunto tratado por el autor, al ocuparse como lo hace de una leyenda que, además, es negra. Esta y todas ellas pertenecen, en efecto, a un género literario que el Diccionario de la Real Academia define en su segunda acepción como un «relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración».

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¿Se puede ser todavía comunista?

Cuando tenía veintitrés años, fui un verano a conocer el comunismo y aprender alemán en la ahora extinta República Democrática Alemana. A poco de llegar, paseando por una aldea del Hartz, alguien me gritó desde donde no pude verlo un agresivo «Kommunist!» Que en un país comunista se utilizara como insulto tal adjetivo me sorprendió; que toda la población, incluida la muchachada en camisa azul añil de la Freie Deutsche Jugend, echaran pestes en privado y a veces en público del comunismo, también me dejó perplejo; pero lo que de verdad no había imaginado era la realidad misma del comunismo. Si el periodista norteamericano Lincoln Steffens pudo decir, tras pasar tres semanas en la Unión Soviética en 1917, que había viajado al futuro y funcionaba («I have been over into the future, and it works»), viajar a la República Democrática Alemana en los años ochenta era viajar por un túnel del tiempo que nos retrotraía hasta 1945 y que, evidentemente, no funcionaba. Eso sí, era un viaje al pasado muy peculiar, porque todo estaba deslucido por el envejecimiento y, junto a las ruinas de antaño, se alzaban de vez en cuando los bloques de viviendas prefabricados de hormigón, que algún día se desmontarían, cuando hubiera recursos para restaurar la Alemania cuarenta años antes destruida por la guerra: «Dem Sozialismus gehört die Zukunft!» «¡El socialismo es el futuro!», pregonaba la propaganda con que se adornaban las calles, pero el paisaje no hablaba de futuro, sino de congelación en el tiempo y de degradación física y humana.

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Actualidad y pensamiento político

Populismo: anatomía del espectro

Si 2016 fue el año del populismo, coronado por la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses y la decisión de los votantes británicos de abandonar la Unión Europea, 2017 fue el año en que se frenó su irresistible ascenso: esperábamos lo peor y lo peor no llegó. Pese a la incesante alerta mediática, no se concretó ninguna de las amenazas previstas: el partido de Geert Wilders apenas subió cinco escaños en las elecciones holandesas, Marine Le Pen cayó con estrépito en la segunda ronda de las presidenciales francesas y Norbert Hofer, candidato de la ultraderecha a la presidencia de Austria, no logró superar al político verde Alexander Van der Bellen. A ello podríamos añadir el fracaso del procés independentista en Cataluña, fenómeno nacionalista de tintes populistas, así como la creciente sensación de que el Brexit ha sido un fenomenal error colectivo cometido en nombre del pueblo. Si el proverbial espectro recorría Europa, en fin, dejó su sitio a un hondo suspiro de alivio.

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Las pensiones en España: solidaridad y demagogia

Hace no muchos días escuché un programa de radio a la hora del Ángelus en el cual su director, con voz grave y tono magistral, presentaba los dos temas principales que iban a debatirse: la dramática situación de los jóvenes ?acosados por los costes de las hipotecas y obligados a seguir viviendo en casa de los padres, ¡o de los abuelos!? y las indignas pensiones recibidas por la mayoría de nuestros jubilados. Pero lo que llamó mi atención es el silencio respecto a la posible relación entre ambos. O, dicho de otra manera, la posibilidad de que no puedan elevarse las pensiones sin agravar aún más la situación de las generaciones más jóvenes, que ya obtienen una remuneración muy escasa en trabajos generalmente temporales o están en paro y, por añadidura, corren el riesgo de no percibir pensión alguna cuando lleguen a los sesenta y cinco años sin lograr un empleo estable. Y de todo ello se hablaba cuando no habían transcurrido muchos días desde la turbulenta manifestación de los jubilados ante el Congreso de los Diputados y se anunciaba ya otra ante el Ministerio de Hacienda. 

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Caravaggio, Modigliani y Fortuny: vida y novela de los artistas

A estos tres artistas no les une su modo de pintar ni su tiempo, sino la desgracia. Fueron enormemente admirados cuando vivían: Modigliani por los «happy few» del París bohemio de Montparnasse y Montmartre, lo que le hizo célebre y pobre; Caravaggio por una pléyade de cardenales, príncipes y embajadores proclives a perdonar sus desmanes; Fortuny, que llegó a rico, por lo más selecto del coleccionismo internacional. Y en los juicios del gusto, el veredicto de la posteridad les ha sido propicio. A Caravaggio se le tiene con toda justicia como el fundador de una fecunda estirpe de pintores de la luz y la nueva realidad convulsa afrontada por el Barroco; Modigliani dejó un sello figurativo lánguido, pero no melifluo, en una época en la que sus contemporáneos rompían o desfiguraban las formas; Fortuny, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando otros soñaban ya el cubismo y practicaban un simbolismo delicuescente, cultivó la estampa orientalista, las escenas de costumbrismo anecdótico, el retrato a monarcas y damas de la alta sociedad, seduciéndonos hasta hoy por la sabiduría de la pincelada y el secreto de una felicidad pictórica hecha de gracia en el dibujo y genio en el color.

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