Ensayos RdL

Ramón rebobinado

Ramón Gómez de la Serna ?Ramón? nació en 1888, pero es el autor más moderno de la literatura española. Este año se ha conmemorado su 130º aniversario de una forma muy discreta, casi inadvertida. Andrés Trapiello, uno de sus mayores defensores y editor de alguno de sus libros, dijo de él que era un lujo para nuestra literatura, aunque apenas fuese leído, pese a ser uno de los escritores que más talento desplegó.

Por fortuna, parece que hay gente empeñada, contracorriente, en que leamos a Ramón. En lo que llevamos andado de siglo se han publicado casi cuarenta libros suyos, trece de los cuales están dedicados a las greguerías, esos fogonazos de ingenio que son su creación más conocida. Además, contamos con dos ediciones de su Quijote abreviado, tres libros con sus dibujos, un libro infantil, dos con compilaciones de su obra periodística, uno de cartas, otro de entrevistas. Y en 2002 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le dedicó la exposición Los ismos de Ramón Gómez de la Serna y un apéndice circense. ¿Cuántos ejemplares de estas obras se han vendido? ¿Y de los vendidos, cuántos se han leído? 

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Ciencia y tecnología

Por qué el hombre es diferente

La especie humana moderna surgió hace aproximadamente doscientos mil años en la sabana africana. Desde ahí, se ha extendido por todo el planeta, ocupando todos los continentes menos la Antártida. Aunque algunos se propagaron por África y fuera de ella con anterioridad, todos los humanos actuales provienen de una migración relativamente reciente que se produjo hace poco más de sesenta mil años. A través del actual Oriente Próximo, se extendieron por el sur de Eurasia y llegaron a Australia hace cuarenta y cinco mil años. Su expansión continuó por Europa y Asia, alcanzando el océano ártico hace treinta mil años. Cruzó hacia Alaska y Canadá y colonizó el continente americano, de norte a sur, en sólo unos pocos miles de años. Ninguna otra especie animal, incluyendo otros homininos como Homo erectusHomo heidelbergensis o nuestros parientes más próximos, los neandertales y los denisovanos, ha sido capaz de una proeza similar. La diversidad de hábitats ha exigido que nuestra especie haya desarrollado una amplia gama de conocimientos, herramientas y conductas que le ha permitido sobrevivir en medios tan hostiles como las estepas heladas del norte de Eurasia, muchas regiones desérticas o las distintas selvas tropicales que ha ido encontrando en su dispersión. 

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Discusión

¡Marx, Mao, Marcuse!

En el libro de conversaciones entre Chantal Mouffe e Íñigo Errejón, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, la profesora belga de Teoría Política realiza una interesante radiografía del universo de movimientos sociales e izquierdas de distinto color que había legado al mundo Mayo del 68. De un lado estaban los nuevos movimientos ecologistas, feministas, pacifistas, las luchas antirracistas o contra la discriminación sexual, etc., cuyo proyecto político no encajaba con la lógica de la lucha de clases. O, al menos, la interpretación plena de su contenido emancipador no podía ser satisfecho desde el determinismo de clase. Del otro lado, los movimientos obreros clásicos cuyo fundamento marxista les mantenía anclados en una suerte de esencialismo de clase, en virtud del cual «las identidades políticas dependen de la posición del agente social en las relaciones de producción, que son las que determinan tu conciencia» (pp. 9-10).

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Las imágenes y sus secretos

Han coincidido estos días sobre mi mesa de trabajo cuatro libros para su reseña. Libros, en apariencia, muy distintos entre sí, tanto en sus formatos como en los períodos que estudian o en los enfoques teóricos de que hacen gala, pero similares por su énfasis en las cuestiones que suscitan las imágenes, en su más amplio sentido, tanto en su elaboración como en los mecanismos de su percepción o incluso en los períodos artísticos con que se relacionan. Se trata, en primer lugar, del tomo de las conversaciones mantenidas entre el pintor David Hockney y el crítico e historiador del arte Martin Gayford, titulado (en la edición española, algo sobre lo que habremos de volver) Una historia de las imágenes. De la caverna a la pantalla del ordenador. Se trata de un libro de gran formato, excepcionalmente bien ilustrado, no sólo por la calidad y cantidad de sus reproducciones, sino por la inteligente utilización de las mismas, como si se tratara de un texto visual paralelo al escrito, lo que convierte su lectura en un placer no sólo intelectual, sino también sensorial.

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Artículo

Para la historia de un mal sueño: fascismo y cultura

Al comienzo de este interesante, meticuloso y también inquietante libro, Benjamin G. Martin nos recuerda una reunión secreta de oficiales de la Wehrmacht en la que un cercano colaborador de Joseph Goebbels, Leopold Gutterer, habló de la inminente imposición de un «Nuevo Orden» en política y economía, que comportaría el establecimiento de una perdurable hegemonía germánica. El momento de aquella alocución, recuerda Martin, era muy propicio: en junio de 1940, Francia acababa de ser ocupada, Inglaterra parecía abocada a la rendición, faltaba casi un año para la invasión de la Unión Soviética (que entonces era un aliado de conveniencia del nazismo) y Estados Unidos no parecía tan decidido a intervenir como lo estuvo en 1917.

Es norma estratégica de la divulgación anglosajona que un libro arranque con una anécdota reveladora que introduzca la reflexión general que nos lleva a la materia de las páginas que siguen. Pero Martin no ha elegido quizá la más significativa de las anécdotas, porque Gutterer hablaba a convencidos de la superioridad germánica y es posible que una referencia a la monografía de George L. Mosse sobre las raíces decimonónicas de la ideología supremacista alemana y sobre el culto a los caídos hubiera explicado mejor la climatología en que se mezclaban los deseos de la revancha de 1919 y el orgullo satisfecho de 1940.

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Artes y espectáculos

Cara a cara con Ingmar Bergman

El valor de una obra no depende de los vientos que soplen en cada época. El hombre de hoy elude hablar de la muerte, apenas busca un sentido a su existir y ha prescindido de Dios. Un gran parte del cine de Ingmar Bergman gira alrededor de estos temas. De hecho, el cineasta sueco se mueve en la órbita del existencialismo, afrontando con angustia la posibilidad de estar atrapado en un universo absurdo, fruto del azar y carente de significado. Algunos apuntan que vivimos en una «época posreligiosa». Quizás esa sea una de las razones por las que el primer centenario del nacimiento de Ingmar Bergman no ha suscitado demasiados homenajes. En la mayoría de los casos, la prensa sólo le ha dedicado artículos que cumplen someramente con la obligación de evocar su figura y trayectoria. Por otro lado, la hegemonía de un cine de entretenimiento que combina un ritmo vertiginoso con unos guiones infantiles también ha contribuido a confinar al cineasta en el desván de lo presuntamente apolillado y caduco. Se pasa por alto que olvidar o postergar su obra sólo contribuye a mermar nuestra comprensión del siglo XX. Su cine es un testimonio privilegiado de su tiempo.

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