Ensayos RdL

Leni Riefenstahl: bonita como una cruz gamada

Al finalizar sus memorias, Traudl Junge, secretaria personal de Hitler desde finales de 1942, intenta justificar su papel, alegando que en esa época apenas sobrepasaba los veinte años. Junge asegura que nunca había oído hablar de la «Solución Final» cuando Hitler le dictó poco antes de quitarse la vida su testamento político, donde manifestaba que su lucha contra «el judaísmo internacional» era la parte más valiosa de su legado. Cierto o no, los pretextos morales se agotaron cuando, ya anciana y enferma de Parkinson, pasó una vez más frente a la placa que, en la Franz-Joseph-Strasse, recordaba a Sophie Scholl. No era un lugar desconocido. Había recorrido muchas veces esa calle, pero sólo entonces reparó

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Teología y política

Tras la indagación antropológica de Lo abierto y la incursión en la Epístola a los Romanos de El tiempo que resta en busca del sentido del tiempo mesiánico, Agamben retoma directamente la línea de trabajo que le hizo, hace ya años, ocupar un puesto de relieve en el panorama del pensamiento contemporáneo: la meditación sobre el origen del poder político y el significado y el alcance de las categorías filosófico-políticas de la modernidad…

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Ética para revolucionarios: Eagleton y lo Real

Como uno de los críticos literarios y culturales más conocidos y respetados del mundo anglosajón, todo libro de Terry Eagleton es recibido con interés y analizado con el debido escrutinio, y el que nos ocupa no cambia esta costumbre. Escritor prolífico y variopinto, sus libros se centran, como es natural, en la literatura (su libro más famoso y vendido es Literary Theory), pero no ha dejado de escribir sobre problemas como el del terrorismo, sobre la obra de filósofos críticos o incluso sobre la actual polémica entre ateísmo y religión, en un libro de mayor impacto mediático que el que reseñamos, y en el que defenestra los –según él– simplistas intentos de intelectuales como Christopher

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Éramos todos tan felices

Fue la madre de Eduardo Haro Ibars quien, furiosa con ciertas alusiones personales en El desencanto, bautizó a los Panero como la familia Trapp. El apelativo, si bien tiene gracia, no termina de ser válido para una gente como ésta, bregada y bragada, y carente desde luego del más mínimo gesto empalagoso. Pues lo suyo fue, tal y como vimos en El desengaño, una especie de invitación al degüello, tan en desacuerdo con el concepto familiar impoluto que se reclamaba en el franquismo. Y es que, sin la película de marras, rodada cuando todavía el tardofranquismo hacía de las suyas, los Panero no hubieran sido elementos tan «de culto» como lo son en la actualidad.

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La filosofía contra la moral

Acaso uno de nuestros hábitos intelectuales más recalcitrantes sea aquel que consiste en proyectar sobre el sujeto real los atributos imaginarios de un sujeto ideal que la sección normativa de ciertas disciplinas –desde la ciencia política a la economía– han venido proporcionándonos. Así, se presume que el votante está informado y el consumidor es racional, hasta que nos asomamos a una realidad que parece sugerirnos lo contrario. Y, aun entonces, estamos tentados de proclamar que es la realidad la que se equivoca. Naturalmente, lo mismo sucede con la moral, aparentemente encargada de fijar las normas con arreglo a las cuales ponderar toda conducta individual –según se pliegue a las mismas o se desvíe de ellas–.

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