Ensayos RdL

Expresionismo delirante

Una revolución pequeña, cuarta novela de Juan Aparicio-Belmonte, luego de propuestas tan sólidas como su primeriza Mala suerte y, sobre todo, El disparatado círculo de los pájaros borrachos (XII Premio Lengua de Trapo de Novela), resulta, digámoslo sin más preámbulos, una buena cosecha de lo ya sembrado, por mucho que la ambición del envite deje algún hilo suelto en el tamiz. Y es que siempre resulta complejo intentar ensamblar registros que, en apariencia, poco o nada tienen que ver. Me refiero a la veta más grotesca o expresionista –evidente en el arranque del texto y en los perfiles desmesurados de al menos la mitad de sus personajes– y la novela negra, pues así, y no

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Atreverse a ensayar

Resulta difícil, leyendo estos textos reunidos en el último libro del poeta y ensayista Juan Barja, no recordar aquella suerte de ensayo sobre el ensayo que escribió Adorno a mediados de los años cincuenta, «El ensayo como forma», y en el que nociones como «libertad formal» son correlativas a las de «libertad del espíritu», «aspiración a la verdad», «dicha» o «juego». En el ensayo, el orden de las ideas busca recomponer una perspectiva lógica desde la que el orden de las cosas ya no puede aceptarse como una mera consecuencia mecánica o metafísica, sino que exige que la aventura de la escritura sea imposible de distinguir de la aventura intelectual del que escribe o del

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Mimetismo rezagado

Cada cierto tiempo, la aparición de un novelista, al que se califica unánimemente de «fabulador nato», parece proponer que el género encumbrado por Cervantes se halla ocupado por intelectuales, quiero decir por escritores con conciencia dramática persuadidos de que, para seguir siendo arte, la novela debe prescindir de sus anclajes tradicionales y sostenerse en una articulación que no contemple la complicidad con el lector. Es probable que esta repetida insistencia en hacer valer la hegemonía de la narración se deba a que la novela, a diferencia de la poesía, es una mercancía muy arraigada en el mercado cultural. Y de ahí, acaso, el prurito de restablecer, de vez en cuando, su disposición canónica al oficio

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