Ensayos RdL

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Lírica, voz y paisaje de Ignacio Aldecoa a los cincuenta años de su muerte

En una corta vida en la que sólo le dio tiempo a publicar cuatro novelas, Ignacio Aldecoa escribió muchas de las más bellas páginas de la prosa española del medio siglo xx, páginas que son fáciles de espigar en la narrativa breve y extensa de un escritor cuya fama, ya en la época en que lo leí por primera vez poco después de su muerte en 1969, se debía al dominio indiscutible en el género del cuento. Sus relatos, extraordinarios algunos, nunca perecerán, pero intriga hoy, en la relectura y la reconsideración de los antiguos prestigios, comprobar que él se consideraba, antes que cuentista, novelista de largo aliento y ambicioso programa. Sin olvidar nunca al poeta que empezó siendo públicamente en 1947.

Nacido en 1925 en Vitoria, inició en la Universidad de Salamanca los estudios de Filosofía y Letras, continuados en Madrid, ciudad adonde llegó con veinte años y en la que, descontando las temporadas estivales en Ibiza y un curso, el de 1958-1959, pasado con su mujer Josefina Rodríguez en Nueva York, viviría hasta el fin de sus días. Sus dos primeros libros publicados, Todavía la vida (1947) y Libro de las algas (1949), fueron de verso, que pronto abandonó, aun cuando la poesía quedaría, como dijo Caballero Bonald, «filtrada con metódica sagacidad en su prosa narrativa».

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La afirmación heráldica catalanista

 Suele decirse que el nacionalismo catalán, a diferencia del vasco –de clara deriva étnica y excluyente–, siempre ha brillado por su carácter cívico e integrador. La realidad es otra: el nacionalismo catalán manifiesta en sus orígenes un aire chovinista y excluyente que muchos desconocen y algunos ocultan. Para comprobar lo dicho, solo hay que remitirse a unos textos que están ahí. Eso ha hecho Francisco Caja –profesor titular de Estética en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y presidente de Convivencia Cívica Catalana– en La raza catalana. Libro que, según reza el subtítulo, nos sumerge en «el núcleo doctrinal del catalanismo». Del antiguo y del moderno, por cierto. Antes de entrar en

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Armamento, genocidio y pandemia: la apoteosis de la muerte en la Primera Guerra Mundial

El centenario de la Primera Guerra Mundial resulta sumamente elástico: si es posible fijar con precisión el comienzo del conflicto armado, no ocurre así con su conclusión. La guerra no terminó con el armisticio de noviembre de 1918, ni con los tratados de Versalles, Saint-Germain-en-Laye, Trianón y Neuilly, ni con el de Sèvres, firmado por el Imperio Turco en 1920, cuya extrema severidad, unida a la ocupación de parte de Anatolia, originó una reacción nacionalista que desembocó en la sustitución del sultanato de Mehmed VI por la república presidencialista de Mustafá Kemal, de tal modo que el tratado efectivo, el de Lausana, hubo de esperar a 1923. Todo ello condujo a una paz inestable –una mera tregua de veinte años, pronosticó el mariscal Ferdinand Foch–, y en muchos lugares continuaron durante años los combates producto de la disgregación de los imperios caídos, con su secuela de independentismos regionales, ajuste y reajuste de fronteras y agravios tradicionales de naturaleza étnica y religiosa. No están del todo privados de razón quienes consideran que en agosto de 1914 se desató un conflicto aún hoy latente, aflorado en la reciente inestabilidad de los Balcanes y las regiones periféricas de Rusia, pasando por la Segunda Guerra Mundial y la disolución de la Unión Soviética y del Pacto de Varsovia. La conferencia de Versalles convierte el año 1919 en un hito irrenunciable, aunque presidido por un Jano bifronte, espectador de la muerte pasada y augur de la futura.

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Actualidad y pensamiento político

Yo es otro: las políticas de identidad en los Estados Unidos

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos se resume para nosotros en el segundo párrafo, y este párrafo en tres afirmaciones lapidarias y consecutivas. La primera dice que todos los hombres son iguales; la segunda, que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; la tercera incluye, entre los últimos, el derecho a la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad. El orden auspiciado por Jefferson y ratificado trece años más tarde por los constituyentes franceses no impuso su lógica, claro es, de la noche a la mañana. Se tardó en separar el voto del nivel de renta, se tardó en suprimir la discriminación racial, se tardó en incorporar a las mujeres a las urnas. La democracia empezó siendo invariablemente censitaria (excepto por el brevísimo y estéril experimento de los revolucionarios franceses en 1792) y sólo para uso de varones (en los Estados Unidos, el sufragio se extiende a las mujeres en 1920; en España, en 1931; en Francia, en 1944; en Italia, en 1945). Pese a todo, la igualdad, en conjunto, ha ido inequívocamente a más. La discriminación en razón del género o la raza ha perdido peso en la ecuación social, y por mucho que haya repuntado el coeficiente Gini durante los últimos decenios en los Estados Unidos y Gran Bretaña, y algo más tarde en la Europa continental, resultaría extemporáneo sostener que el Estado Benefactor no ha servido para nada y que hemos sido devueltos a las rudezas del xix o del final de la Belle Époque. ¿Podemos concluir de aquí que el proceso igualitario no se ha interrumpido? El libro de Francis Fukuyama, un libro consternado, nos advierte de que contestar a esta pregunta se ha hecho, de pronto, muy complicado. Su argumento no es el convencional, a saber, que bajo la igualdad aparente se esconden formas de desigualdad pertinaces e injustas. No, el problema, para Fukuyama, no es económico sino ideológico. La cuestión, el busilis, reside en que un concepto inédito, conocido en los medios filosóficos y políticos como «identidad», ha enturbiado la propia noción de individuo y, de paso, los criterios para determinar cuándo dos individuos son iguales.

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Actualidad y pensamiento político

Lo que no tiene nombre

De calificar como rebelión los hechos ocurridos en Cataluña entre el 6-7 de septiembre y el 26-27 de octubre de 2017, a definirlos como un brindis al sol o un farol en una partida de póquer, media un gran trecho, que una considerable cantidad de políticos, politólogos, filósofos, periodistas y tertulianos han ido colmatando durante el tiempo transcurrido desde aquellos días hasta hoy mismo con una muy nutrida variedad de nombres o conceptos. El propósito de las páginas que siguen es, ante todo, intentar la reconstrucción de lo realmente ocurrido, comenzando por la declaración de independencia del 10 de octubre, para dar paso, después, a una muestra de la serie de nombres que ha recibido el conjunto de acontecimientos acaecidos en Cataluña durante esos dos meses. Es algo engorroso el recorrido, pero no queda más remedio que acometerlo si pretendemos comprender los hechos, dar cuenta del intento de sus protagonistas y de no pocos analistas por trivializarlos y, en fin, echar una mirada hacia lo que podría ser un camino de futuro.

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A propósito de la posverdad

Me propongo comentar el tema de las fake news y la posverdad, de lo que podríamos llamar los «tiempos» y los «espacios» de la posverdadSe supone que los think-tanks proporcionan información verídica y contrastada sobre la realidad política y económica. No siempre es así, por supuesto, pero la presunción de que ello es posible y deseable sustenta su tarea. Pues bien, ese supuesto aparece hoy seriamente en entredicho. Con objeto de discutir este tema organizamos el pasado enero un seminario conjunto entre la Fundación Alternativas y el Real Instituto Elcano. Aquí se reproduce el texto de mi intervención, ampliado y revisado a partir del debate subsiguiente., pues me atrevo a detectar en ello algo más profundo que una simple consecuencia inintencionada de los nuevos medios de comunicación, de las redes sociales o los «trinos», y que va también más allá (o más acá) de los populismos y nacionalismos actuales, y que hunde sus raíces en un cierto Zeitgeist posmoderno y, por supuesto, pos- (y anti-) ilustración. En definitiva, tratare de argumentar que la llamada posverdad es una poderosa corriente intelectual, con hondas raíces históricas y con amplia extensión, no solo popular, sino incluso académica.

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